La masacre que lleva adelante en Siria contra sus opositores el tiránico régimen del partido socialista panarabista Baaz, que se ha mantenido casi cuatro décadas en el poder, no solo no se detiene, sino que se vuelve cada vez más espantosa. Cuando escribí por primera vez sobre ella, en julio del año pasado, iban 1.500 muertos. Cuando lo hice por segunda vez, en febrero de este año, ya eran 7.000. Hoy son más de 20.000.
La condena internacional, con la descarada excepción de los también tiránicos gobiernos de Irán, Rusia y China, ha sido amplia y clara, pero poco efectiva. Se han aplicado sanciones económicas al régimen que encabeza Bashar Al-Assad. Se dice que Turquía, Arabia Saudita y Qatar dan armas a los rebeldes, reunidos en el Ejército Libre de Siria, y que Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia aportan información de inteligencia, equipos de comunicaciones y pertrechos. Pero la dictadura cuenta con un muy superior armamento ruso, apoyo iraní y un arsenal de armas químicas, que Assad ha amenazado con usar en caso de intervención extranjera a favor de la oposición.
A pesar de su mayor fortaleza militar, hace algunas semanas la satrapía parecía comenzar a tumbarse. El 18 de julio estalló una bomba en el cuartel general de sus fuerzas de seguridad, matando, entre otros, al ministro de Defensa y al viceministro, cuñado de Assad. El 6 de agosto desertó ni más ni menos que el Primer Ministro, como habían hecho otras autoridades y numerosos militares. Pero, desde entonces, la represión, que no ha escatimado en el uso de artillería y bombardeo aéreo contra la población civil, ha sido feroz, especialmente en Aleppo y suburbios de Damasco. La resistencia de los rebeldes, que mantienen el control de amplias zonas y hasta han logrado derribar o inutilizar algunos helicópteros y un jet, ha sido admirable, pero es dudoso que puedan prevalecer.
Una intervención extranjera en toda regla es poco aconsejable, dada la posible respuesta de Irán -y acaso también de Rusia-, el arsenal químico en manos de Assad, la compleja conformación étnica y religiosa de Siria y su vecindad con países inestables y susceptibles al contagio del conflicto, como Líbano e Irak.
Pero, a menos que haya pronto un vuelco a favor de los rebeldes, parece estar llegando el momento de hacer lo que éstos claman, que el ministro de Relaciones Exteriores turco propuso públicamente el miércoles, y hacia lo que el Presidente francés ha mostrado adhesión: una acotada intervención extranjera para establecer y defender un refugio seguro para los rebeldes en territorio sirio fronterizo con Turquía.