Algo va mal
Ha llegado el momento de detenernos a decidir en qué país queremos vivir. Las expresiones que he usado hasta aquí corresponden a la traducción del inglés de un texto de Tony Judt, salvo que he cambiado "mundo" por "país". El autor es un historiador británico que impartió clases en Cambridge, Oxford, Berkeley y Nueva York. En esta obra escribe que, a su juicio, hay algo profundamente erróneo en la forma en que actualmente vivimos, y dice esto referido al abandono que se hizo en la teoría y política económica de la perspectiva de John Maynard Keynes, del consenso socialdemócrata y las instituciones del bienestar.
Todo esto fue sustituido -dice- en las últimas décadas por lo que él llama la "venganza de los austriacos", para referirse básicamente al pensamiento económico de Friedrich Hayeck y Ludwig von Mises, quienes serían algo así como los abuelos de los Chicago boys.
El dramatismo del tono que deja ver Judt es a su vez del todo explicable si se considera que al año 2000 el 1% más rico de la población poseía el 40% los activos globales de la riqueza mundial. En nuestro país hemos superado algunos indicadores económicos, pero seguimos produciendo una desigualdad equivalente, que se nos aparece con múltiples formas y rostros. Pues bien, nosotros todavía nos regimos por instituciones y doctrinas económicas impuestas por los nietos de los austriacos a que se refiere Tony Judt.
Aquí está la raíz de nuestros problemas no sólo en educación o salud, sino también en los excesos o desviaciones del poder público o privado. Este es un debate que debemos dar y para ello necesitamos una deliberación en condiciones de mayor igualdad pública para las distintas ideas y actores sociales, políticos e intelectuales. Si no hacemos esta tarea en condiciones que favorezcan un mayor y más genuino pluralismo, sin aprovechar las ventajas de la hegemonía neoliberal, no podremos salir de este pernicioso marasmo de desconfianza.
Para esta responsabilidad cívica necesitamos, a su vez, de intelectuales públicos en el mejor sentido de esta denominación, es decir, de individuos ilustrados que intervengan en la deliberación social en ejercicio del uso público de la razón, el que hacemos toda vez que reflexionamos y damos a conocer esa reflexión en nombre propio, utilizando nuestra razón de manera libre, sin límites que deriven de compromisos con instituciones o con otras personas, sin sujeción a heteronomía alguna, es decir, con la más plena autonomía intelectual, pero también política y económica.
Aldo Valle