La primera vez que escuché hablar de expectativas fue en la universidad, pero en un contexto de análisis puramente académico. Sin embargo, hay un momento en mi vida profesional en que el concepto se hizo mucho más concreto.
Siendo aún gerente de Finanzas de Endesa, una empresa donde campean las ingenierías "duras", un gran ex gerente general me sorprendió con sus palabras. Pasábamos por un momento complejo de la economía chilena y se hacía difícil pronosticar el nivel de demanda de energía eléctrica, con todo lo que esto significaba: dificultad para definir inversiones, compras de combustibles, estimación de costos marginales, etc. Fue con ocasión de la preparación de un ejercicio presupuestario que me dijo algo así: "los ingenieros cercanos a las estructuras y a los flujos eléctricos nos sentimos muy cómodos manejando variables cuyo comportamiento es modelable. Pero ustedes, los ingenieros comerciales, nos complican cuando introducen las malditas expectativas".
EN EL CHILE DE HOY
Últimamente he tenido muchas oportunidades de recordar las palabras de ese gerente general. Y es que el tema de las expectativas ocupa muchas páginas de prensa especializada, de tiempo de análisis en seminarios de coyuntura y de declaraciones de autoridades políticas y gremiales del país.
Y es que las expectativas tienen que ver con esperanza, con posibilidades de lograr u obtener determinadas metas, que frente a determinada acción se logre una reacción que se mueva en un ámbito acotado (no necesariamente estrecho).
Lo cierto es que en el mundo empresarial esto de las expectativas es "pan de todos los días". Desde los inicios se nos enseña a convivir con ellas, de tratar de descifrarlas, de actuar en conformidad, evitando disonancias que produzcan pérdidas de energía.
Quienes gustan de caricaturizar la actividad de los empresarios tratan de presentarlos como personajes adversos al cambio, proclives a la inmovilidad de los escenarios. En resumen, deseosos de un mundo de expectativas planas. Nada más alejado de esto. Los escenarios de riesgo, la posibilidad de fracasar, el no saber leer adecuadamente las expectativas es algo con lo que los empresarios conviven en forma permanente.
Y junto a las expectativas surge otra palabra de uso común en estos días. Incertidumbre. Solo tomando algunos titulares de periódicos de la primera semana de junio se cita al Banco Central para señalar que ir despejando incertidumbres obviamente es positivo para la reactivación. Y un ministro dice saber que los procesos de reforma generan incertidumbres y ansiedades. En resumen, enfrentamos un mundo con expectativas que tanto el mundo empresarial como político está tratando de descifrar, inmersos en un mundo de incertidumbres cuya dinámica está aún empezando a mostrar sus consecuencias.
INCERTIDUMBRE
Hace ya casi un siglo que el economista Frank Knight ("Risk, Uncertainty and Profit", Universidad de Chicago) definió la incertidumbre como un riesgo no medible y al que no es posible modelar. Ha habido aportes académicos posteriores que han enriquecido el concepto y su tratamiento matemático, pero la primera definición es, a mi juicio, la más valiosa.
Y es posiblemente en la definición del profesor Knight donde debemos buscar la explicación a las reacciones de variados sectores empresariales a las diversas reformas que se anuncian en variados ámbitos. El mundo de los negocios y el riesgo son consustanciales. Van de la mano. Puede existir riesgo en una actividad no propia del ámbito empresarial. Por ejemplo, hacer una apuesta en una partida de póker. Pero pretender moverse en el mundo de los negocios sin tomar riesgos es ilusorio. Sin embargo, una cosa muy distinta es moverse en el campo de la incertidumbre, de no tener claridad en las reglas del juego. O lo que es peor, no saber los mecanismos que pueden modificar las reglas del juego.
Los empresarios chilenos saben muy bien que el país tiene una asignatura pendiente en materias de equidad e igualdad de oportunidades para todos. En eso no son distintos a la gran mayoría de chilenos que aboga por generar mecanismos que nos haga más "país OCDE" en esas materias. Pero para lograr eso todos debemos convencernos de que la incertidumbre no es favorable para un país que quiere crecer junto a todos sus habitantes. Que si queremos lograr que la expectativas nuevamente empujen la economía hacia mejores derroteros debemos permitir que los riesgos sean acotables en cuanto a sus implicaciones económicas. Y que para lograr esto no es necesario que Chile congele su devenir socio-económico. Lo que se necesita es que las reformas necesariamente cuenten con un consenso mínimo que las haga viables y perdurables. Respetadas y aceptadas como parte del bien común.
Hacer lo contrario es solo agregar más incertidumbre.
MARIO VALCARCE DURÁN