El culpable de todos nuestros pesares
El oficialismo -ergo, el Gobierno- decidió que las cosas no se estaban haciendo bien en la Región de Valparaíso. A causa de ello, y con la propiedad que le da el poder que le confirió la población en una elección democrática y ejemplar, decidió remover al intendente de esta zona, Ricardo Bravo Oliva, y nombrar en su reemplazo a Gabriel Aldoney Vargas, quien ya había ocupado un cargo similar en tiempos de Eduardo Frei Ruiz-Tagle y contaba con un respeto transversal de toda la región. Luego, el recién asumido Aldoney, tras autofijarse fechas para cambios en su gabinete regional, decidió que la evaluación de los mismos era aceptable ("suficiente", la llamó) y mantuvo en sus cargos a todos los secretarios regional ministeriales y los jefes de servicio. En este escenario, y por una cuestión de lógica aristotélica, la conclusión inmediata es que el problema detectado por el Gobierno en la región es que las cosas no marchaban bien por exclusiva responsabilidad de Bravo, y lo que faltaba sólo era un cambio de dirección en la cabeza del Gobierno Regional, por cuanto los secretarios sectoriales habían cumplido con sus labores sin mayor cuestionamiento y cualquier crítica sobre reactivación regional, reconstrucción, transporte, seguridad ciudadana, escasez hídrica, educación u otro tópico se debe solo a la típica campaña de descrédito montada por la prensa, un sector envidioso del oficialismo y los típicos palos de ciego de la oposición. Hoy, la gestión del actual intendente se basa en sus seremis -ratificados y validados hasta nuevo aviso- y en sus tres nuevos "asesores expertos", que deberán trabajar sobre los ejes estructurales de su plan maestro: conectividad, nueva gobernanza para Quintero-Puchuncaví y la ya eterna sequía que golpea a la región. Estos tres personajes, todos profesionales con amplio recorrido, se reconocen sin embargo ajenos a cualquier partidismo o redes políticas regionales, un factor casi invalidante a la hora de sacar adelante proyectos por estos pagos. A estas alturas de la administración Bachelet, asoma casi como una falta de respeto que un intendente recién designado no tenga el empoderamiento para remover colaboradores a su libre arbitrio y dependa de las presiones parlamentarias y ministeriales para echar a andar su gestión. ¿No será la hora de empezar a reconocer que los intereses y los sesgos de unos pocos son más importantes que el devenir de muchos? ¿Por qué nadie es capaz de transparentar que la fallida licitación de la avenida España y los cuestionamientos al director de Serviu tienen más que ver con el financiamiento de grupos políticos que con cualquier otra cosa? ¿Hasta cuándo las fundaciones y el sector privado seguirán insistiendo en la descentralización, cuando -al final del día- todos sueñan con complacer a Santiago? Si queremos tomarnos la región en serio, éste es el minuto y el lugar. Ahora, si por el contrario, optaremos por seguir ocultando la cabeza cuando no hay recursos para desmalezar antes de que se queme todo, bienvenidos a Valparaíso. Pónganse cómodos, que la película volverá a comenzar.