Por Karen Trajtemberg *
Como un incendio que cada tanto rebrota, la jornada del 21 de mayo ha vuelto a la retina de los chilenos durante toda la semana. Lamentablemente, los análisis no han apuntado a lo que dijo u omitió la Presidenta Michelle Bachelet, sino a por qué se produjeron los desmanes; por qué se autorizó una marcha que -según los informes previos- no debía ser; por qué a nadie se le ocurrió que se repetiría el vandalismo de los años anteriores; por qué carabineros no actuó rápidamente; por qué don Eduardo Lara estaba trabajando a sus 72 años...
Siete días después, esas preguntas siguen sin una respuesta convincente. Principalmente, porque ningún actor - regional o nacional- se ha hecho responsable política ni administrativamente de lo ocurrido. No hay gestos concretos, como debiera ser -por ejemplo- la renuncia de quien autorizó la marcha, sabiendo que los informes y, por sobre todo el sentido común, apuntaban a desmanes y violencia extrema.
Esta es la primera situación compleja que debe enfrentar el gobernador Jorge Dip desde que asumió el cargo. Pero su performance no merece buena nota, pues dista mucho de un estreno eficiente. Por un lado, nunca debió haber autorizado la manifestación. Pero una vez producidos los desmanes y la trágica muerte del guardia, debió haber sido el primero en poner su cargo a disposición.
Los demás actores de la esfera política porteña tampoco han actuado mejor. La lógica del alcalde de Valparaíso, Jorge Castro, "peloteando" -como se dice en jerga futbolística- la responsabilidad y enviando el pase al gobernador, tampoco se encuadra en lo que se podría considerar un signo de madurez en el manejo de la cosa pública.
Pero todo puede ser peor, como dijo alguna vez Bachelet. Algo no cuadra cuando sólo unas horas después del atentado incendiario, el general director de Carabineros, Bruno Villalobos, emite un comunicado que no parece ni remotamente un texto escrito por la policía uniformada. La victimización de quien tiene a su cargo la seguridad de todos los chilenos, parecía más bien una broma (algunos incluso dudaban si era un "meme" de redes sociales).
Si a eso le agregamos la defensa de la Mandataria, argumentando que el caso de Rodrigo Avilés, el año pasado, podría haber inhibido el actuar de carabineros, la situación deja de tener sentido -si alguna vez lo tuvo. Alguien debe tener el liderazgo suficiente para decir "señores, se equivocaron". O mejor aún, "nos equivocamos".
Cuando además una turba de estudiantes es capaz de traspasar la guardia presidencial en La Moneda, fingiendo ser turistas, en una actuación teatral amateur, de verdad algo se está haciendo mal. Nuevamente sin un mea culpa ni nadie que asuma responsabilidades. ¿Qué sucedería si se tratara de grupos violentistas? ¿O anarquistas que -como lo hicieron en el metro Escuela Militar- decidieran dejar las mochilas con una bomba adentro?
En este teatro del absurdo, legítimamente la ciudadanía se pregunta quién está a cargo. En un país en extremo presidencialista, donde la autoridad se valora, la sensación de orfandad puede producir un daño impensado. De hecho, autores como Arturo Valenzuela y Juan Linz han advertido -hace varios años ya- que "un Poder Ejecutivo eficiente es casi indispensable si se pretende que la democracia prospere".
En lo local, si apenas un 16% -en la encuesta política de la Fundación Piensa- dice conocer al intendente Gabriel Aldoney, queda claro que el liderazgo es el gran ausente: menos de un quinto de la población sondeada sabe quién es el representante del Ejecutivo en la zona.
Y si -además- los actores políticos del Gran Valparaíso (incluidos alcaldes, diputados, senadores y gobernadores) bordean o superan el 50% de desaprobación, queda claro que esta carencia en la conducción también se replica en la región.
A poco andar del regreso a la democracia, el académico Alfredo Rehner afirmaba que "el liderazgo presidencial consiste en la capacidad de los mandatarios para responder a los complejos problemas (...) aplicando un estilo de gestión y toma de decisiones que tienda a fortalecer patrones institucionales de resolución de conflictos".
Ni gestión ni toma de decisiones hubo en estos episodios. Pareciera ser que la ciudadanía sólo puede mirar el desorden desde la galería y esperar hasta las próximas elecciones para ver si finalmente esta cueca en pelotas -como dice el dicho popular- se ordena y ese liderazgo perdido vuelve a aparecer en escena.
"En este teatro del absurdo, legítimamente la ciudadanía se pregunta quién está a cargo. En un país en extremo presidencialista, donde la autoridad se valora, la sensación de orfandad puede producir un daño impensado".