Por Karen Trajtemberg *
No hubo ningún medio que esta semana no cubriera los cuestionamientos a las AFP, tras la marcha ciudadana -y extremadamente masiva- del domingo pasado. La profunda crítica al sistema de pensiones y la constatación de la crisis que vive convocó a niños, jóvenes, adultos y adultos mayores. Fue además trending topic en redes sociales ese día y durante varias jornadas más copó la temática del mundo virtual y real. Y ya se está organizando una nueva movilización, para el 10 de agosto.
Aplaudo que el ciudadano, aquel ser que durante muchos años estuvo centrado en su metro cuadrado -quizás sólo comparable al "no estoy ni ahí" de Marcelo "Chino" Ríos- despertara. Se demoró un poco, pero lo hizo. Quizás se podría considerar uno de los "legados" más perdurables de las primeras marchas pingüinas de 2006, que no lograron mejorar el sistema educacional, pero sí le produjeron una jaqueca de niveles históricos a la Presidenta Bachelet durante su primer gobierno. Y permitieron reanimar a este chileno, dormido desde el regreso de la democracia.
Los estudiantes le dieron el empujón necesario a la "señora Juanita" para que tomara su cartera, hiciera una pancarta y partiera -junto a sus hijos y nietos- a reclamar lo que es suyo. Lo que considera su derecho. Porque se dio cuenta de que, como dice el dicho popular, "guagua que no llora, no mama".
Lo mismo había sucedido con otras iniciativas. Por nombrar algunas (se me quedarán muchas en el tintero), la marcha de los enfermos, que terminó con la aprobación de la denominada ley Ricarte Soto; la variadas manifestaciones medioambientales -incluso una durante el gobierno de Sebastián Piñera, que terminó con un poco pulcro telefonazo y echó por tierra la construcción de la hidroeléctrica en Punta de Choros-, o el movimiento por una asamblea constituyente, que nos tiene hoy discutiendo la reforma constitucional.
El animal político no sólo despertó. Sino que luego de hibernar durante décadas, hizo aparición con hambre y sed. Hambre de cambios. Sed de derechos, de respuestas que no está dispuesto a transar. Mucho menos en época de elecciones, donde ya no será un votante pasivo, sino que se mantendrá atento, vigilante. Y aunque no vote, estará alerta.
Lo cierto es que este fenómeno está cambiando la forma de gobernar. Y en momentos en que se avecinan elecciones municipales, parlamentarias y presidenciales, habrá que preguntarse quién encarnará de mejor manera la respuesta a este despertar ciudadano y cómo las clases política y empresarial -que a ratos parecen vivir cada uno en su burbuja- se hacen cargo de esta nueva realidad, donde el ciudadano se empoderó y le habla de igual a igual. Pero ojo, esto no significa utilizar las demandas ciudadanas como slogan de campaña. Porque de eso, la señora Juanita está cansada. Es más, me atrevo a adelantar que quien se aproveche de estos temas para generar marketing político, está peligrosamente cercano al fracaso.
Quien asuma el poder en 2018 ya no gobernará con la misma realidad de las décadas anteriores. Ya no basta con ser un "papá" autoritario, ni un líder simpático, ni una "mamá" cariñosa. Hoy la ciudadanía demanda respuestas claras y concretas. Pero además, se requiere alguien que sea capaz de compatibilizar esas reivindicaciones con la institucionalidad republicana, las cifras económicas, la inversión, la responsabilidad fiscal y el futuro del país. Una tarea titánica.
Porque está claro que en la realidad actual, los que están poniendo los temas en agenda no son ni los parlamentarios, ni los partidos políticos, ni los empresarios, ni muchas veces el Ejecutivo. Son los ciudadanos. Tanto así que tras la movilización del domingo, el gobierno se apresuró a comenzar a hablar de la AFP estatal.
Pero el "cómo" se lleva a cabo esta convivencia, qué reformas se realizan y cuáles se descartan, no puede depender de la cantidad de gente que marcha por la Alameda o Pedro Montt. No caben aquí medidas populistas ni atolondradas, que puedan comprometer el devenir de Chile.
Porque la señora Juanita sabe que gana poco; que su jubilación no le alcanzará para vivir; que debe pagar demasiado en educación y salud, a veces por una muy mala atención; que no quiere más contaminación de los ríos y lagos; que no está dispuesta a aguantar la discriminación ni las diferencias sociales injustas. Pero no sabe cómo solucionarlo. Para eso confía (todavía) en quienes gobiernan y hacen las leyes. Y espera que, al menos, eso lo hagan bien.
"El animal político no sólo despertó. Sino que luego de hibernar durante décadas, hizo aparición con hambre y sed. Hambre de cambios. Sed de derechos, de respuestas que no está dispuesto a transar"."