La interpelación a la ministra Blanco en el Congreso Nacional repite un proceso que puede ser considerado al menos extraño. Siendo la interpelación una institución propia de un régimen parlamentario, en Chile con un fuerte sistema presidencial ha sido incluido no como un sistema de establecimiento de responsabilidad política previo a una censura de gabinete, sino como una instancia de interrogatorio en un contexto de definición de hechos en el sentido de lo que en el mundo anglosajón se define como "Fact Finding".
Lamentablemente, este proceso en Chile se ha prestado para puestas en escena que son especialmente complejas, pues más bien obedecen a coreografías orquestadas entre los bloques políticos antes que realmente una dinámica útil de preguntas y respuestas. Lamentablemente, esta ocasión no fue una excepción. La diputada Sabat presentó una sucesión de preguntas centradas en un resumen de los escándalos que han afectado a la cartera de Justicia mientras que la ministra Blanco, a ratos descolocada, intentó una serie de respuestas orientadas más a la generalización que realmente a responder las preguntas en específico. Y es que el problema básico era irresoluble; ciertamente la ministra Blanco no ha hecho nada que no se hubiera hecho antes, pero al mismo tiempo, eso es inaceptable como respuesta. Problemas como el tráfico de influencia, nombramientos de operadores políticos como premio en cargos de órganos dependientes del Ministerio de Justicia, la falta de interés por el Sename y tantos problemas más son ciertamente procesos anteriores a su gestión. El problema es que ella no ha hecho nada para interrumpirlos y ha participado de su continuidad y desarrollo.
En una escena así, cabe ciertamente plantearse si el problema político que se vive actualmente en el país es realmente una crisis institucional o una crisis de los gestores políticos. Las instituciones en sí son las mismas, tanto material como moralmente. El problema parece ser que el capital político de los gestores de poder se ha perdido de forma incontenible a través de los años. Más que ser una crisis política, pareciera ser una crisis "de los políticos", quienes han perdido su norte y han pasado a considerar que su función está más en la obtención de cuotas de poder y su defensa, antes que realmente prestar el tantas veces repetido "servicio público".
En una escena así, parecería que el problema de fondo, interpelaciones más o menos, es volver a dar sentido y dignidad a la función política. La confianza de la sociedad se recuperará cuando los políticos profesionales vuelvan a cumplir sus funciones; gobernar para Chile más que para sus propios bloques de poder. Planteado así, parece poco menos que utópico, pero en nuestro país hemos podido enorgullecernos de contar con los servicios de excelentes políticos que convirtieron a Chile en un orgullo en la región. Si se hizo antes, no hay motivos para que no se pueda hacer de nuevo.
El desafío, hoy, es cómo recuperar esa situación y devolver la confianza de Chile en los políticos, antes que en miradas genéricas que finalmente no significan nada.
Académico Facultad de Artes Liberales
Universidad Adolfo Ibáñez
Fernando Wilson