La vida no tiene precio. Pero el rescate de una vida, de un ser humano, tiene su precio. A veces, desgraciadamente, no hay recursos para pagar esos costos y por eso, cuando los hay, se deben cuidar.
Reflexiones procedentes cuando se inicia una nueva temporada estival y la gran atracción son las aguas, las playas, el mar, en primer lugar, y también lagos y ríos.
Y esa atracción puede ser peligrosa. Por tanto es ineludible la prevención, el tan proclamado y olvidado autocuidado, tarea ineludible para las vacaciones. Sin embargo, la temeridad y el riesgo innecesario son recurrentes, y obligan a la autoridad a mantener sistemas de advertencia y rescate.
Mantener y activar esos sistemas tiene altos costos. Informa la Armada que en las últimas cuatro temporadas los costos en rescates llegaron a US$ 7,7 millones. Ello supone inversión en equipos, combustible y personal capacitado. Y la inversión en capital humano, en personal, es la más importante, pues no sólo hay capacidad, sino que también espíritu de servicio y riesgo en maniobras que, finalmente, resultan exitosas.
Pero toda esta tarea no siempre tiene respaldo. Por un lado están los temerarios y, por otro, aquellos que gozan con falsas alarmas de emergencia que activan los dispositivos. Eso significa recursos que se pierden y la posibilidad cierta de no atender emergencias reales.
Nuestra zona y Coquimbo concentran casi el 70% de las emergencias de todo el país, exigiendo la presencia de mayor cantidades de medios, terrestres, marítimos y aéreos. En total la autoridad marítima debe ocuparse de la seguridad de unos 70 balnearios a lo largo de todo el territorio.
Pero el tema de los rescates y el despliegue de recursos no se agota en esos balnearios, también hay emergencias en la montaña que exigen personal capacitado y variados gastos. En nuestra zona son frecuentes los episodios críticos en el cerro La Campana.
Estos riesgos asociados a aguas y montañas son en su mayoría previsibles a partir del autocuidado personal y los planes de advertencia de la autoridad. Pero, por otro lado, son necesarias disposiciones que sancionen la temeridad, la imprudencia que obligan a arriesgadas y costosas labores de rescate en que actúan marinos, carabineros y entidades de voluntarios, según sea el caso.
Faltan efectivas normas disuasivas para quienes arriesgan su propia seguridad, la integridad de los grupos de rescate y los recursos que se ponen en juego ante temeridades que a nada conducen.