Calles de Valparaíso (del latín insecuritas)
¿En serio vamos a discutir si 15 disparos efectuados desde un vehículo a otro, con un muerto y un herido, da o no da para hablar de balacera, como afirma el gobernador?
De un tiempo a esta parte, cuando los expertos, la prensa y la ciudadanía no consiguen ponerse de acuerdo -o, en otras ocasiones, sencillamente no saben dar a entender algo- utilizan (utilizamos) ciertas muletillas que terminan instalándose casi como nombre propio del fenómeno en cuestión. Hace algunas semanas pasó con la amorfa y, a todas luces, indefinida "seguidilla de temblores", sin que nunca quedara claro si los mismos eran anuncios, réplicas u otra cosa. Coincidentemente, y en otro ámbito muchísimo más sensible, las autoridades regionales no han conseguido explicar ni hacerse cargo de la seguidilla de balaceras -que en algunos casos tienen marcadas características de ajusticiamientos-, como tampoco de calibrar la efectiva gravedad de lo que está pasando.
No es ningún insulto ni impertinencia aseverar que la Gobernación Provincial no ha tenido una actitud clara en torno al manejo de la inseguridad en las calles, como tampoco resulta arrojado hablar de una creciente ola de sucesos que, hace bastante tiempo, vienen convirtiendo al Puerto en una zona de cuidado. No por nada, las páginas oficiales de los gobiernos de Canadá, Francia, Alemania y Suiza advirtieron en diciembre a sus conciudadanos que Valparaíso es una de las ciudades donde los turistas pueden estar expuestos a hechos delictuales y/o cogoteos.
A los crespones negros, que de tanto en tanto, adornan el comercio del plan porteño, las huelgas de microbuses y paros de camioneros en protesta por los ataques y robos a sus choferes, se suman la balacera de la avenida La Marina de Viña del Mar, los sucesivos asesinatos de Olmué (dos) y Valparaíso (plaza Aníbal Pinto, Avenida Argentina, Avenida Condell y Avenida Errázuriz), y otros eventos, sobre los cuales las policías han visto detalles en común, deslizando la posibilidad de que estos últimos correspondan a rivalidades entre bandas vinculadas al tráfico de drogas y eventuales homicidios por encargo, con características de sicariato.
¿En serio vamos a discutir si quince disparos efectuados desde un vehículo a otro -a un deportivo amarillo, para más señas-, que dieron muerte a una persona e hirieron a otra, da o no da para hablar de balacera, como afirma el gobernador?
Nadie quiere y a nadie le conviene que hechos como éstos sigan ocurriendo. Por lo mismo, comienzan a levantarse ciertas voces responsables -como las del subsecretario Omar Jara, el diputado Urrutia y el senador Chahuán, exigiendo un fiscal dedicado- en sintonía con aquella amarga certeza de que la delincuencia ha comenzado a ganarnos el partido.
Hablar de los vínculos entre uno y otro crimen, preguntarse si las autoridades regionales han tenido un accionar más reactivo que preventivo, dispararle al mensajero, o comenzar a apuntar con el dedo a quienes no estarían haciendo su trabajo, ya no es lo medular de este asunto. Sí lo es el que, objetivamente, la delincuencia se esté tomando las calles, se balee gente al menos una vez por semana, los robos y lanzazos se multipliquen y no exista solución alguna al respecto.
El resto, como bien escribió Verlaine en su Arte Poética, es lisa y llana literatura.
No mucho más que eso.