De un tiempo a esta parte, se asocian dos conceptos que antes no parecían guardar mayor relación: inclusión e innovación, unidos desde una perspectiva social. La razón no es casual ni baladí, menos aún para la realidad chilena. De acuerdo a la OEA, "ser mujer, pobre, indígena, afroamericano, migrante, discapacitado, trabajador informal, significa tener en la sociedad una posición inicial desventajosa". La inclusión apuntaría a corregir esas brechas, con políticas proactivas que aseguren la participación de todos en ámbitos sociales, económicos y culturales del país.
Innovación social, en tanto, se refiere a buenas prácticas que permiten a los grupos menos favorecidos acceder a los beneficios de la sociedad del conocimiento, como señala Gonzalo Herrera, con un valor creado que impacte al colectivo en su totalidad.
Ahora bien, mi impresión es que cuando ambos conceptos se unen y hablamos de "innovación social para la inclusión", estamos en presencia de lo que se denomina "luchas de la diferencia". Me explico.
Si en la era industrial, el bienestar pleno de una sociedad se relacionaba con la emancipación del proletariado y las reivindicaciones políticas pasaban por el trabajador, el sindicato y la revolución; en la actualidad han emergido múltiples actores en busca de la emancipación. Ya mencionamos mujeres, pobres, indígenas, migrantes, discapacitados; habría que sumar infancia, demandas LGTBI, minorías culturales y religiosas, entre otras. La inclusión buscaría empoderar (dotar de poder) a estos grupos diversos, a esa rica diferencia que forma la sociedad.
Como América Latina en general, y Chile en particular, presentan economías menos robustas, la innovación resulta indispensable para lograr esa inclusión: la escasez de recursos nos exige soluciones nuevas, sustentables y eficientes para un acceso equitativo al progreso.
El equipo CRIIS (Centro Regional de Inclusión e Innovación Social) define la innovación social para la inclusión como una generación de valor para la sociedad con la producción de bienes, servicios o procesos institucionales, que mejoren la calidad de vida de los sectores vulnerables, basándose en la co-creación de saberes académicos y los de las propias comunidades.
Nuestra región tiene prácticas en esa línea, como la alianza entre la USM y LASIN (Red de Innovación Social en AL); el diplomado en Innovación Social de la UPLA; o el magíster en gestión de la innovación social para la inclusión, del CRIIS-UVM. Son esfuerzos académicos articulados con los comunitarios, empresariales y gubernamentales, para enfrentar un desafío mayor: derrotar la exclusión y desigualdad del continente, un fenómeno que, por desgracia, está presente en la región de Valparaíso.
Dr. José Rivera Soto
Coordinador de Vínculos Centro Regional de Inclusión e Innovación Social - UVM