La nadadora viñamarina, de origen valdiviano, Eliana Busch consiguió a sus 83 años uno de los triunfos más reconfortantes y admirables del último tiempo para el deporte nacional. Sin la grandilocuencia de Arturo Vidal o Alexis Sánchez, pero con bastante más distinción, se hizo de dos medallas de bronce (en 400 metros libres y 200 metros medley) en el Campeonato Mundial Máster de Natación realizado en Budapest, Hungría; además de un quinto lugar en 200 metros pecho y en 800 metros libres, y un octavo puesto en 100 metros pecho.

Lo verdaderamente asombroso, más allá de tales logros, es que Eliana tuvo un receso de ¡50 años! en el ejercicio de la natación, disciplina que sólo retomó en 2015 empujada por una de sus hijas a participar en un torneo del tradicional Polideportivo Renato Raggio de Viña del Mar, donde quebró tres récords de Chile (50 y 100 metros libres, y 50 metros espalda), evento que la misma Eliana, sin embargo, atribuye no a su talento, si no a que sus rivales eran "requete malas".

¿Qué mérito tiene el Estado en todo esto? Uno no menor: el Instituto Nacional del Deporte regional le entregó un millón de pesos para que viajara a Hungría, aunque la deuda en cuanto a infraestructura es verdaderamente significativa. La misma Eliana debió bregar bastante más de la cuenta para que la admitieran en una piscina privada y hasta hoy postula la necesidad de dotarlas de agua temperada, condición que -en sus palabras- permitiría que "a esa gente de más edad, en vez de llenarla de pastillas y remedios, podrían mandarla a nadar, así se previenen enfermedades".

En una región considerada como una de las zonas más envejecidas del país y en la cual se proyecta una relevancia basal de la tercera edad para el año 2050, no parece un despropósito exigir a sus autoridades que nuestras ciudades sean más amigables con este grupo etario. Ya la primera encuesta de Fundación P!ensa sobre Calidad de Vida advirtió sobre la falta de infraestructura en Viña del Mar y, para qué decir, Valparaíso, ciudad que pese a diversas iniciativas loables, como el proyecto Gerópolis de la UV, pareciera intencionalmente diseñada para quebrarse una cadera en los adoquines y escalas de sus cerros o no poder desplazarse por falta de locomoción y un sistema de transporte público integrado.

Es hora de que los clubes de adultos mayores dejen de ser vistos por las autoridades como un espacio para cantar en el coro y jugar al bingo y reciban de las mismas al menos una parte de las promesas y compromisos que, con toda seguridad, les hicieron en tiempos de campaña.

150 años | 30 de agosto de 1867

Listas tasaciones de dos buques a la venta

La Armada aprobó las tasaciones hechas por la comisión nombrada por la Comandancia General de Marina. La primera es por el vapor "Concepción" y asciende a 62.223 pesos y 1 centavo; y de 56.178 pesos y 8 centavos por el vapor "Antonio Varas". Los buques serán vendidos y las propuestas cerradas se recibirán hasta el 27 de septiembre próximo.

100 años | 30 de agosto de 1917

Quilpué: aumentarán dotación de policías

Desde septiembre se aumentará en Quilpué la dotación de policías de orden, debido a que este pueblo y otros vecinos, como Villa Alemana y Peñablanca, requieren de vigilantes para la seguridad pública. En el caso de Villa Alemana y Peñablanca, los escasos carabineros que había allí serán retirados, lo que obliga al apoyo de Quilpué.

50 años | 30 de agosto de 1967

No hay náufragos de nave metalera

Fue desvirtuada ayer, por la Armada Nacional, la existencia de náufragos del vapor metalero "Santa Fe", extraviado desde el 13 de este mes, cuando navegaba a la cuadra de la isla Guamblin, a 100 millas al norte del Golfo de Penas. El barco "Piloto Pardo" envió mensajes aclarando que quienes se hallaban en la isla Manuel, en el canal Yacaf, eran pescadores.

Federico Assler acaba de llegar a Valparaíso con una formidable exposición de su obra escultórica. La muestra está en el Parque Cultural Valparaíso, un espacio que llevó tiempo y no pocas dificultades instalar en la calle Cárcel del Cerro Cárcel de Valparaíso. Algunos vieron en eso una señal negativa: no podría dársele un destino cultural apropiado a un sitio que había sido cárcel y en el que fue fusilado el mismísimo Emile Dubois, el primer asesino en serie de nuestro país. También en esto Valparaíso fue primero. Pero el Parque Cultural aparece ya asentado como tal, y la muy extendida aceptación que ha conseguido, así como la pertinencia y calidad de lo que en él ocurre, sacó por fortuna a este recinto, hace ya rato, de nuestras tan porteñas y por lo común negativas discusiones acerca de qué hacer con la ciudad y los lugares que ella ofrece. Debatir está bien, por cierto, pero las discusiones locales, en tanto se prolongan indefinidamente en medio de posiciones irreductibles, cada una de ellas dueña de la verdad y depositaria exclusiva de nuestro pasado, tienen por único efecto mantener paralizada a la ciudad en determinaciones que son relevantes tanto para su presente como para su futuro. Nadie quiere que decidamos mal, pero ¿hasta cuándo permanecemos sin decidir?

El material de Assler es el concreto, el hormigón, que él vacía completamente líquido en moldes enormes y también pequeños que ha construido previamente. La obra que resulta, sin embargo, no es pesada, sino orgánica, y el espectador ve en ella de pronto un hombre, de pronto un árbol, de pronto un tórax, de pronto un brazo que podría ser también un puente, todas cosas que Federico Assler dicen que son él mismo, de manera que se niega a hablar mucho de ellas. El día de la inauguración de esta exposición se mostró especialmente parco en la conversación que mantuvo frente al público con dos especialistas, y pidió una y otra vez que termináramos pronto y subiéramos a mirar las esculturas que aguardaban en el tercer piso.

Assler quiso traer esta exposición a Valparaíso porque Valparaíso le importa. Aquí cursó sus primeros años de estudiante universitario, desertando luego de la arquitectura y abrazándose acto seguido a la escultura, y su primera muestra pública como escultor, que hizo en Santiago en 1959, viajó ese mismo año a Valparaíso. Federico tiene ya 88 años y no se olvida de Valparaíso. ¿Quién se olvida de Valparaíso? A veces sus habitante nos olvidamos de él, cada cual encogido en su propia trinchera y sintiéndose poseedor de la bola de cristal que permite anticipar con seguridad cuál tendría que ser el destino de nuestra ciudad.

Si a Valparaíso le falta conversación -conversación y también decisiones-, una forma de conversar es a través del arte, de un arte como el de Assler, por ejemplo, de un arte contemporáneo, de un arte que en su caso muestra cuán concretos somos hombres y mujeres, hechos también de agua, arena y cemento, durables, en consecuencia, pero expuestos igualmente al frío, al viento, a la lluvia y a las manos que tanto nos forman como deforman.

Agustín Squella

Premio nacional de Humanidades y Ciencias Sociales