Reconozco que a pesar de mi afición musical, me encontré tarde con Violeta Parra. Ha sido un romance maduro, de cocción lenta, como buscándola por instantes, en lugares, en imágenes o en trazos que aparecen en la vida cotidiana. Como celebramos sus 100 años, he querido hacer una relación mientras Chile y el mundo revisitan su obra, su talento simple y descollante, su palabra directa, fina y elegante, su ironía inmensa disfrazada de belleza infinita. Su obra preclara, abundante y anticipatoria.
Hace unos días falleció José Gutiérrez Asenjo, más conocido como el cura Pepo. Bravo, alegre, irónico, sencillo, directo. Una humanidad plena, "humanidad humana" podríamos decir, una convicción profunda de servicio a la sociedad desde la valentía con rostro y con rastros.
Tengo recuerdos de niño acompañando a mi papá -abogado de la Vicaría de la Solidaridad- a sus largas conversaciones con el Pepo en medio de tiempos oscuros y complejos. Un vago recuerdo de unas pistas de trenes eléctricos que colmaban mi curiosidad infantil dio paso a un descubrimiento prematuro que algo ocurría.
Probablemente, no entendía nada de lo que alcanzaba a escuchar, pero visto desde hoy, eran conversaciones donde no había espacio para las cosas vagas y, en cambio, estaban sumergidas en la angustia de una cotidianidad exasperante para esos pocos que desafiaban su propia época.
El cura Pepo era un hombre bueno. Era bueno en los cerros de Viña del Mar y era bueno en La Matriz, aquel Barrio Puerto de Valparaíso en el que creemos varios. Barrio fundacional abandonado a su suerte, salvado de las entrañas del progreso por la Unesco mediante, pues de otro modo, no quedaría nada de esa historia que visto a la fecha no debería llenarnos de orgullo, pero que con decisión despunta.
En el Comedor 421, donde muchas y muchos han encontrado el consuelo de la fraternidad humana, armó un destino que lleva décadas. Se jugó por una humanidad de la vida urbana en aquellos lugares donde lo común no era la violencia institucional de la época, sino la violencia social de la cual todos somos responsables desde algún punto de vista y que resulta un acicate para nuestra propia conciencia.
Violeta me recordó al Pepo y él, a su vez, me ha inspirado esta vinculación. De maderas similares, ambos fueron personajes rebeldes de su propia condición, indagadores profundos de los misterios de nuestra condición humana y activos protagonistas de su época. Cada uno desde sus inspiraciones y de la angustia modernista de ese tiempo, son faros que observamos con atención, para mirarnos al espejo e intentar hacer frente a la ansiedad que gobierna este nuevo tiempo.
Ambos resultan una síntesis de las preguntas que cada uno debemos hacernos con relación al espacio social en que vivimos.
Gonzalo Cowley
Cofundador Corporación La Matriz