Democracia sin mesianismos
Los últimos resultados electorales deberían dejar a los diversos actores de la política nacional valiosos aprendizajes para comprender el contexto histórico e identificar las condiciones de desarrollo de sus respetivos proyectos políticos. Ello se debe a que en este gobierno que termina se inició un proceso de reformas sociales y políticas que han configurado un nuevo antagonismo ideológico de mayor densidad, algo que no ocurría desde el conflicto que precedió al término de la dictadura.
La derecha deberá tomar conciencia que una mayoría social, aunque políticamente muy heterogénea, tiene razonables dudas sobre la panacea del libre mercado en salud, educación o seguridad social. Es decir, que la "modernización economicista" ideada por la dictadura, a pesar de su indudable hegemonía, no ha seducido a la mayoría ciudadana que se expresa electoralmente. Las encuestas quedaron como anuncios de falsos profetas. En los sectores de centro izquierda, por su parte, se ha recibido la notificación de un retiro de la confianza política de un amplio segmento social que tradicionalmente se reconoció en sus partidos y que ahora buscan expresarse mediante una fuerza alternativa. Luego, la izquierda social y cultural, no solo generacional, expresada en la votación del Frente Amplio debe a su vez celebrar y ponderar su significativo avance como una condición que le habilita para encabezar un proyecto mayor, pero que necesitará ineludiblemente de ampliar su base de sustentación política y social. Este resultado pudo haber sido inesperado, pero es razonablemente explicable atendido el deterioro, la dispersión política o la pérdida de legitimidad de la Nueva Mayoría y del sistema político en su conjunto.
Unos y otros tendrán que hacer ajustes en sus discursos y sus prácticas políticas y culturales si pretenden por la vía democrática convocar las mayorías suficientes para garantizar gobernabilidad y conducir al país según sus respectivos proyectos políticos. Lo anterior se sigue del hecho que los resultados mostraron también que las capacidades de resistencia recíproca de las propuestas en pugna muestran también cierto equilibrio y no será fácil que una de ellas por si sola se imponga. Además, la evidencia histórica indica que, a pesar de los radicales cambios en hábitos de consumo, el rol del Estado y relaciones de poder en la sociedad, Chile mantiene tradiciones de identidad y memoria en su cultura política que no se modifican de modo relevante. Ni la más indisputada hegemonía económica, social y cultural de las últimas décadas logró consolidar su dominio y barrer con aquellas.
En consecuencia, las distintas corrientes de pensamiento político deberían reconocer de una vez que ya no es tiempo de integrismos ni ortodoxias para convocar a las grandes mayorías y poder así conectar con la realidad social. Una de las claves es saber identificar aquella resistencia histórica y la secularización de la cultura política del país, en cuanto la sociedad se mantiene a razonable distancia de todo mesianismo o uniformidad. Por estas mismas razones, es también tarea de las vanguardias políticas de nuestro tiempo, a diferencia del pasado, saber ponderar dichos procesos de secularización, especialmente porque aspiran a la mayor representación democrática.
Aldo Valle
Rector de la Universidad de Valparaíso