"Ratificamos un compromiso con nuestros compatriotas: cambiar la historia de esas dos localidades (Quintero y Puchuncaví)"
Sebastián Piñera
Presidente de la República, en la ONU
"Hay un debate en la ciudad y me parece bien que exista"
Jorge Sharp
Alcalde de Valparaíso, sobre el carnaval Mil Tambores
Esta semana el Gobierno ingresaba el Proyecto de Ley denominado "Aula segura". Claramente es necesario enfrentar legalmente este tema, ya que no es aceptable que miembros de las comunidades escolares atenten contra la integridad física y/o psicológica de otros miembros de las comunidades escolares.
Dicho esto, revisemos los efectos de una iniciativa como ésta. Primero, algunas precisiones: la Ley de Inclusión Escolar establece claramente que la "expulsión" es una medida vigente en circunstancias definidas y con debido proceso, por lo que la nueva iniciativa legal no innova en esto, pero sí acota las causales y los plazos, cosa con lo que no puedo estar sino de acuerdo frente a hechos graves como los que todos hemos conocido. Pero justo acá surge el conflicto: se elimina la violencia sacando de las comunidades a los infractores. ¿Son estos violentos responsables propios de sus actos cuando son menores de edad? ¿Se resuelve el problema de fondo al apartarlos de un establecimiento? ¿Dónde se reproducirá el problema, en otra comunidad educativa, fuera del sistema escolar?
Espero que el Gobierno incluya en este proyecto no sólo las medidas ya formuladas, sino que agregue medidas de acompañamiento y apoyo a las familias para asegurar que el estudiante expulsado del establecimiento no se quede sin soporte en otra escuela o, lo que es peor, fuera del sistema educativo, reproduciendo desde allí las mismas conductas, con más desarraigo y más brutalidad.
Los hechores de estas acciones irracionales son menores de edad en su mayoría, son los mismos a los que la ley no los hace imputables, los mismos a los que no les damos capacidad suficiente para decidir su género. Debemos, por lo tanto, no sólo aplicar la medida de expulsión, sino junto con ella garantizar acciones desde el Estado para corregir su aproximación a los conflictos. Yo quiero jóvenes activos, jóvenes que protesten por lo que les parece injusto, pero no quiero a aquellos que bañan en bencina a una inspectora de su colegio con la amenaza de encenderle fuego.
Debemos entender que el problema de fondo no es si un estudiante permanece o no en un determinado establecimiento, sino que son jóvenes y niños que no logran entender el valor de la vida humana y consideran que ponerla en riesgo amerita su energía en función de sus convicciones. Lamentablemente, esto ocurrirá matriculado o expulsado si no hacemos algo de verdad. De no ser así, sólo nos quedaremos con los anuncios efectistas tan atractivos para el comentario superficial.
Pablo Mecklenburg
Corporación Idea Región
El atraso en la llegada a Valparaíso del vapor del norte se debe a las dificultades en puertos intermedios del Perú para la carga y descarga, tras el gran terremoto y salidas de mar que ocurrieron a mediados de agosto pasado. Hay falta de lanchas, por lo que se tiene que recurrir a botes, lo que hace lentas las operaciones.
En las fiestas patrias pasadas, Viña del Mar tuvo una extraordinaria iluminación en sus calles. Mientras en Valparaíso había una semi penumbra por baja corriente eléctrica, en el vecino balneario hubo una iluminación que motivó gran entusiasmo. Esto fue un regalo de la Refinería de Azúcar que está a cargo del alumbrado.
Un tercer convertidor, que permitirá incrementar la producción de cobre blister, de tres a cuatro mil toneladas mensuales, fue inaugurado en la mañana de ayer en la Fundición de Cobre de Ventanas, en una ceremonia que contó con la presencia de autoridades civiles y militares, como también de personal e invitados especiales.
Pocos temas provocan un debate más encendido en Valparaíso que la realización del carnaval Mil Tambores. Este año la polémica alcanzó niveles inéditos, cruzada por una acusación de agresión y cuestionadas asignaciones de recursos estatales. El final de la historia es conocido por todos: los organizadores de la actividad anunciaron que no realizarían su evento, culpando al Gobierno, al Ministerio de las Culturas y a la prensa.
Antes del abrupto final de esta festividad, distintos actores de la ciudad manifestaron posturas críticas a sus organizadores, principalmente por las externalidades negativas que se generan durante su desarrollo.
El caso de Mil Tambores no es unidimensional ni puede observarse como un hecho aislado en el devenir porteño. Es más bien un síntoma -quizás el más preocupante- del cambio que ha vivido Valparaíso en las últimas décadas.
Las contradicciones y los contrastes no son cosa nueva en el Puerto, sino más bien una de sus particularidades y atractivos. Sin embargo, este estilo de vivir la ciudad al límite por parte de habitantes y visitantes parece haber colapsado.
Asumir que en Valparaíso el espacio público es finalmente tierra de nadie y que plazas, calles y escalas son un lugar donde todo está permitido lleva a que el carácter de un carnaval, como Mil Tambores, derive en una fiesta adolescente sin límites ni posibilidad de control. Si a eso se agrega la poco clara gestión de sus organizadores y el acomodo en el discurso de autoridades durante años, se gesta un problema que está lejos de desaparecer con la anunciada suspensión de esta versión.
La súbita preocupación por los integrantes de las comparsas que le daban vida a la actividad central de esta festividad no parece completamente genuina ni tampoco una solución de fondo.
La ciudad se merece una instancia de celebración -validada por sus habitantes- que sea respetuosa de su historia y también de su presente. Sin embargo, ese festejo no puede atentar contra la urbe. Por eso el debate que se abrió con Mil Tambores no puede quedar sólo en la destemplada justificación de sus organizadores para suspenderlo, sino que obliga a repasar responsabilidades y pensar bien los eventos futuros. Es muy fácil crucificar a un personaje que a esta altura parece caricaturesco y barrerlo bajo la alfombra, pensando así que el problema terminó. Lo difícil es darse cuenta que por años Valparaíso, sobre todo por las noches, es un patio trasero sombrío y olvidado, donde todo vale.