Tras una notable operación de ingeniería jurídico financiera, en febrero de 1941 el alcalde socialista de Viña del Mar, Eduardo Grove Vallejos, firmó la escritura de compra para la ciudad de la Quinta Vergara, incluyendo el palacio, terrenos aledaños, muebles, objetos ornamentales y una colección de 60 valiosas pinturas de maestros europeos.
La operación, en que participó como aval el concesionario del Casino Municipal Joaquín Escudero, fue en su momento criticada y llegó hasta los tribunales cuestionando la actuación de Grove, quien finalmente salió sin problemas y con la bandera de triunfador en el precursor rescate de un patrimonio viñamarino que ya estaba en la mira de loteadores y demoledores.
El palacio, estilo gótico veneciano, fue construido entre 1908 y 1910 por orden de Blanca Vergara viuda de Errázuriz, con planos del arquitecto italiano Ettore Petri para reemplazar a la casona original, centro de la propiedad, levantada por José Francisco Vergara, la que fue abatida por el terremoto del 16 de agosto de 1906.
La residencia levantada por Petri se convirtió por años en centro de la socialité nacional y hasta internacional, pero no consideró las condiciones sísmicas del país, asumiendo el terremoto de 1906 como un fenómeno ocasional. Resistió el paso de los años hasta llegar a la década de 1960 en que sismos intensos se han hecho casi una rutina en gran parte del país.
Así, el palacio ha sufrido severos daños que, finalmente, en 2010 obligaron a su cierre iniciándose un prolongado y costoso proceso de restauración, interrumpido por el eterno tema de los recursos y, a la vez, obligando a almacenar la colección pictórica en el también tambaleante Palacio Carrasco.
Felizmente, la restauración de nuevo está en marcha con una inversión cercana a los 5 mil millones de pesos.
Las obras, con 55% de avance, estarían terminadas al próximo año, afirma la alcaldesa Virginia Reginato. Los trabajos cubren estructura y ornamentos, interiores y exteriores.
Esta recuperación de un inmueble declarado Monumento Histórico, era necesaria pues significa el rescate de un espacio cultural abierto a la comunidad, expresión del pasado de la ciudad.
Este proceso que más allá de lo estético considera la condición sísmica omitida en la edificación primitiva, debe ir acompañado de una política patrimonial permanente, que signifique recursos para la mantención profesional del edificio, seguridad de los valores que conserva, con el inventario correspondiente para evitar la rapiña de algunos coleccionistas, extendiendo está política también a otros inmuebles y bienes patrimoniales de la ciudad como el restaurado Palacio Rioja, el sobreviviente Palacio Carrasco y el hermoso Castillo Wulff, sometido al rigor propio del borde costero.