Balada para la ciudad muerta
Oh ángel nefasto sin raíz de lágrima,
Levántate de tu catacumba de nieve
Envuelto en guirnaldas de sangre
Y recoge este musgo fino
Abandonado sobre tu corazón de limbo y herrumbre,
Sobre tu lápida ardiente
Y tu constelada pasión, tu fuego muerto,
Alrededor de la noche que arranca las ruinas
De su despavorido velamen de estrellas a la deriva
Y sepulta ávidamente los manojos de hebras retorcidas
Fija en su núcleo maldito
Como una araña en el ojo de una calavera,
Dejando olvidado su polvoriento ácido encima del sueño
vaporoso de las palomas:
Un oscuro temblor de alas y vértigo.
Oh dulce pie alargado a gritos y ausencias,
¿Qué estricta y rencorosa miel rodea el mar de los relojes,
La débil energía de un instrumento que solloza
Separando las cáscaras de la luna y del tiempo?
Oh marchito vaivén, viento enterrado sin un solo muro,
establece el derrumbe y la artesanía del aire y del rocío,
La fuga de los grandes llameantes caballos
Protegidos tristemente por las campanas en vigilia
de las iglesias
Y el cauce de las manos que desatan los ojos
Tocados de hervor como un gallo en el alba,
Astillándose dentro de los frutos sometidos
Por sus ardientes volutas
Que los pájaros transforman en canto y estiércol;
Mientras pasan mujeres desnudas a dormir su cansancio/
puro,
Húmedos sacerdotes, cenicientos navíos
Huyendo sobre un mar seco,
Porque lo gastado, lo vencido por el tiempo
Desemboca en los sueños:
Danzando.
"Balada para la ciudad muerta"
Alfonso Alcalde
Ediciones Biblioteca Nacional
68 páginas
Por Alfonso Alcalde