El pasado 20 de junio se firmó un acuerdo para "realizar algunas modificaciones al proyecto de modernización tributaria, y lograr un sistema impositivo duradero que permita a Chile alcanzar el desarrollo". Este fue firmado por los representantes del Gobierno, de la DC y del mundo PYME, representado por la Confederación de Dueños de Camiones, la Asociación de Emprendedores y la Multigremial de las Pymes. En el documento, se reconoce a "la certeza tributaria como uno de los factores más relevantes para incentivar la inversión (…)".
El gran avance es la declaración que, "con el objetivo de fomentar la reinversión, crecimiento y desarrollo económico, se reintegrará 100% el sistema de tributación en base a retiros (…)".
Una luz de esperanza en medio de un ambiente económico de incertidumbre y de consecuente desaceleración y baja en el crecimiento.
Nuevamente son las pymes quienes, tal como el 2014, canalizan el clamor de miles de empresas a las que esa reforma no sólo afectó por el alza del 20% al 27%, sino que fundamentalmente por haber creado un sistema ficticio, de tributación por dineros no retirados, e injusto, por la eliminación arbitraria de una parte del crédito por impuestos pagados.
Por ello resultan incomprensibles las declaraciones de senadores de la misma DC que ponen su foco en las consecuencias para los más ricos, y por tanto, ponen en duda su apoyo al acuerdo.
El sueño del chileno no es ser mantenido por el Estado. Muy por el contrario. Su sueño es poder ver que el fruto de su trabajo y emprendimiento le generan una mejor calidad de vida. Por ello, colocar el foco en lo que tributan los más ricos y no en las condiciones de los empresarios emergentes, es de una miopía política y económica a la que, lamentablemente, nos estamos empezando a acostumbrar.
Las pymes tienen la legitimidad para hacer ver a nuestra clase política que esta esquizofrenia tributaria inaugurada por la Presidenta Bachelet el 2014 debe terminar. Y es obligación de esa clase política despojarse de sus traumas y ver que el Chile del siglo XXI es distinto del que ellos añoran.
En el mundo de hoy ya no es válido usar el pasado como predictor del futuro. Si no lo creemos, basta con preguntarles de eso a los taxistas, a los dueños de hoteles o a los que alguna vez fueron dueños de tiendas de música.
A fines del siglo XIX Chile se quedó en el subdesarrollo por no subirse a la revolución industrial. Y hoy estamos en medio de una Revolución Digital debatiendo políticas públicas propias del siglo XX, que se quieren construir sobre la base del resentimiento generado en el siglo XX y con discursos propios del siglo XX.
Si nuestros parlamentarios no entienden esto, la luz de esperanza que generó el Protocolo de Acuerdo no será más que un "intervalo lúcido" en medio de una demencia política sin remedio visible.
Álvaro Moraga