Necesitamos la fiesta
Espero que este 8 de diciembre la Madre de Dios vuelva a convocar multitudes en su fiesta y que se levante como constructora de síntesis, de entendimiento y de paz. Sofía Brahm, Socióloga y vocera de Voces Católicas
Diversas voces que provienen de las calles afirman que esta crisis social ha generado un cierto sentido de comunidad que se había perdido. Asistir a las marchas y a las diversas convocatorias locales ha sido para muchos una forma de conocer al vecino, de encontrarse con realidades diferentes y de vivir, en medio del drama, una fuerte experiencia de solidaridad. La falta de vínculos, el aburrimiento, el abandono de ancianos, el deterioro de la vida familiar, la precariedad, han colmado de sentido y de cierta alegría aquel "despertar". La monotonía de lo cotidiano contrasta con la emoción de la calle, donde se vive una verdadera fiesta popular.
La fiesta popular tiene, para los sociólogos, un rol fundamental en la cultura. En la fiesta nos vemos, comunitariamente, inmersos en el mundo, construyendo el mundo y habitando el mundo. En la fiesta no hay espectadores ni celebrantes, sino que todos somos actores y constructores de la historia. Aunque la fiesta no se ha constituido nunca como fuente de justicia, necesitamos la fiesta porque en ella vivimos la necesaria comunión.
La fiesta religiosa ha sido históricamente fuente de vida comunitaria en nuestro continente. Más allá de las cifras de secularización -acelerada por la crisis de abusos sexuales dentro de la Iglesia- la fiesta religiosa popular ha seguido sus propios cauces. Las procesiones, romerías y diversas celebraciones no sólo convocan a católicos, sino incluso a personas evangélicas y a otras alejadas de la fe.
Por lo anterior, hay que valorar todos los esfuerzos que se han realizado desde la autoridad y los fieles para confirmar que estén todas las condiciones para la peregrinación al Santuario de Lo Vásquez, en un fin de año que ha sido especialmente convulsionado para los chilenos.
Este fin de semana se espera que nuevamente sean cientos de miles quienes asistan al Santuario de Lo Vásquez, el cual recibió el año pasado, a pesar de la crisis de la Iglesia, a cerca de un millón de peregrinos para la fiesta de la Inmaculada. Ellos asisten para agradecer, principalmente, por la unión de sus familias, y a María le confían la salud y bienestar de los suyos.
Nuestra fragilidad social, constatada por el quiebre social que hemos vivimos estos últimos días, nos hace ser conscientes de la necesidad de la fiesta. Pero de una fiesta que sea más fuente de unión que de discordia, de cuidado de lo común que de destrucción, de paz que de violencia.
Espero que este 8 de diciembre la Madre de Dios vuelva a convocar multitudes en su fiesta y que se levante, tal como ha sido históricamente para nuestros pueblos, como constructora de síntesis, de entendimiento y de paz.