Almudena sin edades
¿Cómo entender el impacto de la visita de Almudena Grandes a Puerto de Ideas, a más de 20 años de su hit literario Las edades de Lulú?
Tal vez la pregunta debería ser otra: ¿por qué en medio de este nuevo boom de la literatura femenina erótica Las edades de Lulú proyectan sombras más grandes y duraderas que las de su clon comercial Las 50 sombras de Grey?
La primera vez que me crucé con Lulú o Almudena fue en una librería del Drugstore, en Santiago. Era principios de los noventa. El destape de la debutante democracia también consistía en leer los ejemplares casi clandestinos de la Colección "rosa" de Sonrisa Vertical de Tusquets. Allí estaba desde "La historia de ojo de Bataille" a "La historia de O" de Pauline Réage. Almudena no era francesa. No había nacido, parafraseando a Woody Allen, erotizada bajo los puentes del Sena sino en la culposa cultura católica española. Tenía apenas 27 años y una historia que contar: la de Lulú una adolescente, hoy diríamos "abusada" por su profesor, quien ya casada, sólo encuentra placer sexual viviendo una extrema promiscuidad.
}En mi calidad de estudiante de Letras, leer Las edades de Lulú en medio de una sobrecarga de lecturas oficiales bendecidas por el canon -básicamente todo el siglo de Oro español-era equivalente a encontrarse con un pedazo de jamón serrano en un refrigerador lleno de mortadela. El impacto fue instantáneo. El viaje de la heroína no era hacia una abadía medieval sino a un infierno aún mayor: el de su cuerpo y alma.
A diferencia de muchos libros eróticos, Almudena, quien ha dicho tener un gusto especial por el feísmo, no idealizaba el cuerpo femenino de su protagonista ni lo convertía en objeto de estudio psico-análitico. Tampoco sobre-dramatizaba la suerte de Lulú (quien termina fuertemente golpeada por un team masoquista). Si bien traumada por su pasado, Lulú experimentaba sus fantasías sexuales al igual que una nina traviesa, llegando cada noche un poco más lejos. Esa desafección o anti-sentimentalismo que hoy podemos encontrar incluso en películas chilenas como Joven y alocada (que contribuí a escribir), fue un gran adelanto para una época donde el feminismo era sinónimo de compromiso discursivo.
Si bien para este movimiento la novela fue un insulto, hoy podemos decir que con un solo libro, Almudena contribuyó a los derechos de la mujer más que la suma de mil pancartas. Sin dejar mensajes moralizantes debajo de su colchón, Lulú nos decía que todas las mujeres teníamos derecho a vivir nuestras fantasías sexuales. Su amoralidad fue para nuestra cultura iberoamericana católica lo más cercano a un exorcismo. A diferencia de sus compatriotas feministas Rosa Montero o Maruja Torres, Almudena Grandes no repitió la fórmula. Hoy sigue hablando (y escribiendo) del mundo femenino desde zonas incómodas pero quizás menos evidentemente provocadoras: la memoria política (Inés y la alegría), inseguridad física o complejos corporales (los cuentos de Modelo de mujer) la imposibilidad de amar o de amar demasiado (Castillos de cartón). En entrevistas, le gusta repetir: "En el fondo, el placer de follar no supera el de comer. Si estuviera prohibido como está lo otro, habría nacido toda una ideología, una pasión del comer, con normas caballerescas. Ese éxtasis del que hablan no es sino el placer de morder un níspero o un racimo de uvas". Ya fuera saciando esa hambre u otra, Las edades de Lulú se convirtió, sin buscarlo, en un clásico de la Literatura Erótica (cosa que Grey jamás lo será) y Almudena consiguió con agarre y sin bisturí lo que muchas mujeres quisieran: no tener edad.