La renuncia papal
El contraste que yo hago es con todos esos gobernantes puramente seculares a quienes mucho les cuesta dejar el poder.
La renuncia de Benedicto XVI generó muchas interpretaciones, por lo general descabelladas y arbitrarias. Hasta se ha tenido la insensatez de contrastar su conducta con la de Juan Pablo II, quien permaneció en el solio papal hasta su muerte, y se negó a renunciar pese a la gravísimas enfermedades que padecía. Con semejantes análisis, por cierto provenientes de enemigos del catolicismo, no se contribuye a ilustrar al público y solo se satisfacen mezquinas elucubraciones personales.
Me ha parecido bueno llamar la atención sobre un aspecto de la renuncia, que no he visto destacado.
Cuando los cardenales eligen a cierta persona, lo eligen bajo tres respectos. Primero, como supremo pastor de la Iglesia, en cuanto designan a alguien para ocupar un cargo instituido por Cristo cuando dio a Pedro el poder de atar y desatar. Segundo, al obispo de Roma, cargo éste que se formó merced al Derecho consuetudinario de la Iglesia como consecuencia de haber ido Pedro a Roma para predicar el Evangelio y haber muerto ahí ejecutado por los romanos. En tercer lugar eligen al Jefe del Estado del Vaticano. Bajo los tres respectos, el Papa es un señor absoluto, que no tiene superior en la tierra y que no responde más que ante Dios. Que ello sea así en cuanto pontífice máximo, es evidente. También en cuanto obispo de Roma, porque si bien los obispos comunes tienen un superior en el Papa, el obispo de Roma se tiene por superior a sí mismo. Pero el aspecto secular más interesante de esta soberanía absoluta se da en el tercer respecto. El Estado Vaticano también tiene una constitución política escrita. Su artículo 1 dice que la suprema potestad legislativa, ejecutiva y judicial del Vaticano reside en el Sumo Pontífice, lo cual significa que éste es un gobernante temporal absoluto.
Pues bien, Benedicto XVI ha tenido el desprendimiento de abdicar esta suma de poderes absolutos. Y el contraste que yo hago es con todos esos gobernantes puramente seculares a quienes mucho les cuesta dejar el poder cuando lo ordena la ley; y hacen lo posible por conseguir ser reelegidos, aunque esté prohibido y deban reformar la constitución para aquello.
Los ejemplos son francamente muchos y muy cercanos. Brasil, Menem en su momento, Uribe en Colombia, Chávez en Venezuela, tal vez el ejemplo más acabado del gobernante aferrado al poder aunque esté al borde de la tumba, la Fernández en Argentina, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia.