A 40 años del espejo
Reconocer los errores de toda nuestra clase política (…) instala a Chile frente a un espejo todavía trizado después de 40 años.
En el año 2010 Alfaguara publicó una nueva edición del ensayo de Carlos Fuentes "El Espejo Enterrado", escrito en 1990, oportunidad para que el propio escritor expresara que las interrogantes de hace 20 años se habían respondido y otras refutado, pero muy seguro estaba que una de ellas, la de la identidad iberoamericana, se había alcanzado. Dijo que ahora estamos conscientes de nuestra identidad de ser americanos, sabemos lo que somos, sabemos a dónde queremos llegar. Quizás podríamos encontrarlo en la diversidad de regímenes que gobiernan a América y en la variación de nuestras instituciones. En cada país algo está ocurriendo: atrás quedaron las dictaduras militares y políticas, pero se ha instalado la tensión entre la dictadura del mercado y la asamblea constituyente. La identidad iberoamericana la padece.
En Chile la cuadragésima conmemoración del 11 de septiembre de 1973 nos encuentra en medio de esa tensión: estado ausente en un imperio del mercadeo y el consumo, y heridas no cerradas por crímenes de lesa humanidad cometidos sistemáticamente por agentes del Estado. ¿Cómo enfrentar este tiempo y darle continuidad a un crecimiento económico en equidad y justicia?, ¿cómo cerrar las heridas del pasado? Mientras lo primero pasa por figuras jurídico administrativas, lo segundo es todavía más difícil, pues ya no es institucional, sino personal. La afrenta de los derechos humanos mancillados se transmite de padres a hijos y a nietos. El caso Cheyre-Lejderman es muy claro.
Carlos Fuentes nos dice que después de 20 años alcanzamos la coincidencia entre el ser y la identidad, pero también afirma que ahora viene lo más difícil, alcanzar la convivencia pacífica en la diversidad, sea étnica, sexual, política o religiosa. Aceptado y consensuado aquello es parte del camino que nos alejará del terror, tanto de los fantasmas del pasado como de los monstruos del presente. Reconocer los errores de toda nuestra clase política, feble en la protección de sus propios conciudadanos del abuso del mercado, como débil en el esclarecimiento de la verdad de los actos terroristas, instala a Chile frente a un espejo todavía trizado después de 40 años. El daño ya no lo provocan los torturadores de 1973, que tienen nombre y apellido, ahora es del mercado, que es anónimo y despiadado.
Por eso los próximos cuatro años pueden ser muy reparadores o muy destructivos, la responsabilidad de lo que ocurra pasará primero por quién tiene el poder, incluido el poder de recuperar, o también de quebrar todavía más el espejo.
Juan G. Ayala
Profesor Departamento de Estudios Humanísticos, UTFSM