¿Nuevo enigma político?
La política chilena se ha ido volviendo crecientemente sorprendente. Un primer indicio apareció en las elecciones presidenciales de 1999, cuando Joaquín Lavín, partiendo de muy abajo, perdió por un margen muy estrecho frente a Ricardo Lagos. Pero la verdad es que ese episodio no es demasiado extraño. El país había sido golpeado con mayor dureza de la esperada por la Crisis Asiática, la popularidad del Presidente Frei se había desplomado, no había todavía antecedentes de un gobernante socialista que no hubiera conducido a Chile al desastre, Lagos -aunque buen presidente- fue siempre un mal candidato, y Lavín había hecho una campaña muy inteligente.
En 2009 se produjeron acontecimientos más difíciles de comprender. La Presidenta que encabezaba el peor gobierno desde la transición a la democracia, y que llevaba años con bajos niveles de adhesión, terminó su período con altísima popularidad. Y el país eligió para sucederla al candidato de la centroderecha.
Me parece que ese súbito aumento de popularidad se relaciona con dos cosas: expectativas y empatía. El país ya no esperaba mucho de Bachelet y temía los efectos de la crisis económica global. Sintió, en consecuencia, un gran alivio al comprobar que no se producía un completo descalabro y percibió a la presidenta fuertemente comprometida con sus intereses. Pero la Concertación no fue capaz de levantar un candidato en que la gente pudiera ver lo que apreciaba de Bachelet; mientras la centroderecha presentó a su figura más centrista y competitiva, Sebastián Piñera, que, como Lavín el 99, hizo una magnífica campaña.
Ahora nos enfrentamos a un nuevo enigma. ¿Cómo es posible que, luego de realizar una gestión de gobierno que, según casi todos los parámetros habituales de evaluación, fue muy buena, la centroderecha haya sufrido una contundente derrota electoral? El fenómeno Bachelet es ciertamente una primera respuesta, pues, sin ella de candidata, se habría dado con seguridad un resultado ajustado hace dos semanas. Pero también tiene mucho que ver un gobierno que elevó demasiado las expectativas y que, salvo en el período del rescate de los mineros de Atacama, no consiguió que las mayorías lo sintieran de su lado. Y también tiene que ver, por supuesto, una coalición de partidos urgentemente necesitada de renovación, que jamás asumió plenamente el rol que cabe a los partidos oficialistas y que cometió muchos errores en el proceso de selección de sus candidatos. Pero hay luz al final del túnel para la centroderecha, que cuenta, por lo pronto, con el activo del progreso innegable de estos cuatro años.