¿Por la razón sin la fuerza?
Intermitentemente suele reaparecer una actitud de hostilidad hacia la segunda parte del lema del escudo de Chile "por la razón o la fuerza". La crítica manifiesta el deseo de mostrar un rechazo a la violencia y una opción por la sola razón. Es probable, además, que psicológicamente pueda explicarse la actitud como reacción a la violencia social que atraviesa al país en todo orden de cosas.
Por cierto, se trata de una postura de buena fe, en sí nada reprochable, a menos de poder probarse a los repetidores del tópico que alguna o varias veces alzaron desmesuradamente la voz ante alguien, lograron hacer saltar al conductor del vehículo delantero con un sonoro bocinazo o inquietarlo con un adelantamiento peligroso, propinaron una palmada al hijo que molestaba, lanzaron una patada o pedrada al perro o al gato molestos (o quizá no molestos) del vecino, quebraron algún objeto en un acceso de ira, espetaron alguna palabrota a determinada persona, etc., para mencionar casos de ejercicio menos vistoso de violencia y que por ello probablemente no haya predisposición a considerarlos como tales.
Porque es muy frecuente que cuando se habla de la "fuerza" del lema se esté pensando en la que aplican las policías a los revoltosos en los desordenes públicos, los ejércitos en las guerras o las dictaduras a los opositores, que son, desde luego, los casos más espectaculares. Pero se olvidan otras tantas ostentaciones de violencia pura, como las mencionados más arriba, a las que deben agregarse las protestas masivas y públicas por un cuanto hay, como las marchas callejeras, las tomas de terrenos, edificios o templos, las paralizaciones, los bloqueos de carreteras o los ayunos voluntarios.
El tema de la fuerza es, pues, más complejo que el simple deseo de repudiar la violencia de los estados en la guerra y de los gobiernos en la política. El cubre toda la vida social y hay que discernir más antes de rechazarla.
Como en tantas otras situaciones, hay una fuerza lícita y una ilícita. No es, por ende, que la fuerza sea ilícita en sí o intrínsecamente. Puede ser lícita la que usan los Estados en sus relaciones con otros, como en una guerra reivindicativa; las policías a los perturbadores del orden público en resguardo de la vida de los ciudadanos y de las propiedades públicas y privadas; los gobiernos a las oposiciones excedidas; las oposiciones a los gobiernos tiránicos en ejercicio de legítima resistencia, etc.
Una indiscriminada condena de la fuerza, aunque se haga de buena fe, puede ser seña de ingenuidad y papanatismo; pero, lo que es más importante, esconde una tan peligrosa visión de cómo debe desenvolverse la vida social, que paradójicamente lleva hasta generar el imperio de la violencia ilícita, porque, como dicen los filósofos, la disciplina de los contrarios es la misma, lo que expresado en términos más sencillos significa que los extremos se tocan. Así, la abolición de toda fuerza conduce indefectiblemente a la instauración generalizada de la fuerza.