La España extremista
España ha hecho contribuciones decisivas a la cultura. A ella se debe, desde luego, que la Europa de hoy sea cristiana y no musulmana. En España, por obra de los Reyes Católicos y de Felipe II, se hicieron los primeros ensayos de esa forma política, que se llama Estado, y que se perfeccionó en Francia desde fines del siglo XVI. Los españoles, que en el siglo XVI no eran muchos comparados con sus vecinos, sin ayuda de nadie descubrieron y conquistaron casi toda América. Y España también proporcionó el primer modelo moderno de una potencia mundial, que lo fue durante el siglo XVI. La contribución de España a las artes y a la literatura es maciza y la cantidad de hombres de iglesia, santos, teólogos y canonistas que ha aportado es visible. La filosofía moderna puede darse por iniciada con Francisco Suárez (fallecido en 1617) y sus Disputationes metaphysicae, el primer tratado sistemático europeo de metafísica, era texto de estudio en las universidad incluso protestantes de Alemania y Holanda, hasta entrado el siglo XVIII. Hay un campo en que los españoles quedaron a la zaga con respecto a italianos, alemanes o franceses e ingleses: el de la ciencia moderna, en cuyos anales aquéllos están ausentes, aunque no tanto como se cree. Piénsese, por ejemplo, que el teólogo, jurista y moralista Domingo de Soto, cofundador con Francisco de Vitoria de la celebérrima Escuela de Salamanca, se adelantó a Galileo en algunas de sus teorías sobre el movimiento de los cuerpos graves.
Ante tamaña contribución de España a la cultura y a la civilización, asombra el modo extremista que los españoles adoptan en determinadas circunstancias históricas. En tiempos cercanos, su guerra civil de 1933-1936 fue un ejemplo de atrocidades y exterminios; y demoraron 40 años en restaurar el régimen civil y la monarquía. Su transición, en cambio, ha sido un modelo para todas las naciones que tienen un proceso semejante, cuando muchos pensaron que la muerte de Francisco Franco sería la antesala de una nueva guerra civil. Pero 20 o 30 años después, afloran los síntomas de un resentimiento oculto, que no augura nada bueno. Desde luego están las medidas de borrar la memoria del caudillo de calles, plazas y monumentos, como si nunca hubiera existido, lo que es el colmo de la estupidez y de la cobardía.
Entre varias actitudes como las dichas ahora viene a acaecer que es la Iglesia Católica la víctima. Recientemente, la Junta de Andalucía, con mayoría socialista, por cierto, ha acordado empezar un proceso de expropiación de la catedral de Córdoba, bajo el pretexto de que ella fue construida sobre una mezquita (cuyos líneas maestras, es cierto, aun pueden observarse), de modo que, como tal, debe pertenecer a la comunidad andaluza, representada por la Junta. Solo cabe decir que es indigno de una nación tan importante y relevante para la historia de Europa y de América que en su seno siquiera se haya concebido tan superlativamente necia operación.