Más luz en Ucrania que en Rusia
Terminé mi anterior columna diciendo que el camino de los pueblos árabes hacia la democracia podría ser menos tortuoso con mayor ayuda del mundo libre. Lo mismo cabe afirmar de Ucrania y las otras ex repúblicas soviéticas de Europa Oriental.
En el caso de Oriente Medio, el apoyo requerido es de muy diversos tipos. Incluye fortalecer militarmente la posición de los rebeldes moderados en Siria, única manera de detener la carnicería del tirano Asad, que ha costado 150.000 vidas. También ejercer influencia política y económica para evitar que se repita un golpe de Estado como el de Egipto y los uniformados de ese país retomen realmente la senda democrática. Y hacer esfuerzos diplomáticos para llevar a buen fin dos negociaciones clave: las relativas a la paz entre israelíes y palestinos y al programa nuclear iraní.
Ahora que el pueblo y el parlamento ucranianos depusieron a su autocrático y corrupto presidente Viktor Yanukovych e iniciaron la marcha hacia la democracia, el mundo libre, empezando por Estados Unidos y la Unión Europea, ha de darles financiamiento, asistencia e incentivos para crear las instituciones que ese sistema político precisa y reformar su alicaída economía. No hay que olvidar que Ucrania tuvo una experiencia democrática entre 2005 y 2010, luego de la llamada Revolución Naranja, que no resultó bien, ni que el sátrapa ruso Vladimir Putin está empeñado en provocar un nuevo fracaso para hacer de Ucrania su vasallo.
También hay que sancionar política y económicamente al régimen de Putin. Éste, que ha encarcelado a rivales políticos y asesinado a periodistas, perpetró la anexión de la región ucraniana de Crimea con burdas excusas y matonescos procedimientos. Su coartada comenzó erigiéndose en defensor de los rusohablantes donde quiera que habiten, algo que recuerda a Hitler y que es claramente sospechoso tratándose de un régimen que masacró sin piedad a los suyos en Chechenia. Luego, alegando un riesgo totalmente inexistente para los rusoparlantes de Crimea, la invadió militarmente y respaldó un plebiscito de anexión a Rusia, en el que obviamente no existió la menor posibilidad de debate, ni menos de reflexión serena.
Si no queremos que actos así se repitan, debe hacérsele pagar un precio relevante y, hasta ahora, especialmente la Unión Europea, se ha quedado corta.
Por exultante que aparezca Putin, hoy preferiría sin duda ser ucraniano antes que ruso. Ucrania tiene una oportunidad real de convertirse en una próspera democracia europea, mientras Rusia se hunde en la opresión, la cleptocracia, el estancamiento económico y el recelo internacional.