Sobrecogedor, desolador, fueron las primeras palabras que escuché a dos jóvenes cuando me cuentan sus primeras impresiones sobre la tragedia de Valparaíso. Con quien sea uno hable, sobre el impacto que tuvo sobre su persona, es en torno a estas palabras que giran las emotivas descripciones.
Son tantas y tan variadas las aristas que tiene el análisis de este gigantesco, profundo y doloroso hecho, que recién se insinúa el comienzo de la necesaria reflexión que tiene múltiples factores: técnicos, sociales, de planificación urbana, culturales, económicos, políticos, históricos, topográficos, climáticos, arquitectónicos, geográficos, educacionales, psicológicos, de políticas públicas, éticos y tantos más, sin pretender que esta enumeración sea exhaustiva ni que los mencionados factores se excluyan entre sí. Sí importa que haya racionalidad y compromiso, sin forma alguna de instrumentalización, por bellos que sean los fines. Así se podrá servir de manera más eficaz a las víctimas de este fuego que quedará en la historia de la ciudad y en la vida de tantos, sobre el que los poetas ya escriben sus primeros versos.
La tragedia ha traído, como parecer ser con frecuencia en nuestra identidad, el palpitar de lo mejor del ser chileno. En la Ruta 68 se pueden observar las caravanas de vehículos y muchos solitarios que avanzan con su solidaridad hacia el puerto principal. Todos ellos, pequeños, medianos y algunos muy grandes van embanderados y con escritos que llaman a la fuerza y a levantarse de nuevo. Vienen desde distintos lugares, algunos desde muy lejos. ¿Qué habrá en nosotros los chilenos que ante el dolor somos capaces de unir las manos, romper prejuicios, estar unidos? ¿Se imagina usted lo que sería este país si ante los grandes temas del desarrollo actuáramos así?
Pero lo que más me ha impactado en lo personal es el despliegue de los jóvenes. Se han puesto de pie para la más pura de las acciones humanas: el servicio gratuito a otros. Sin egoísmos, sin intereses particulares, sin dogmatismos. Todo aquello de lo cual se critica a la juventud, derivado de la acción de minorías, queda aquí borrado por la maravillosa acción de los miles que han constituido las columnas soñadas que han puesto su corazón, su mente y sus manos al servicio del otro. Me comentaba una alumna de un país europeo sobre el significado que esta circunstancia ha tenido en su vida y en su propia maduración como persona. Aquí, en medio de este dolor de tantos, los jóvenes son la sal de la tierra.