Valparaíso después del incendio
En las grandes catástrofes aparece la miseria y la grandeza humana. En el caso del incendio de Valparaíso no sucedió algo distinto. Voy a parecer negativo, considerando que estos días se han visto gestos de generosidad aun heroica. En otros espacios me he extendido en lo positivo. Aquí me referiré a ciertas actitudes que cada cual debe intentar erradicar, porque nadie lo puede hacer por él.
Primero, es cierto que la gente dio y dio mucho, pero también lo es que en el dar, no fueron pocos los que, paradojalmente, escondieron su egoísmo. En efecto, es de todos sabido que a Valparaíso, junto con ropa muy bienvenida, llegó basura. Sí, basura. Desde algún calzón tieso de cochino hasta un bikini con los colores deslavados; desde unos hoyos con calcetines (no al revés) hasta corbatas manchadas con grasa; desde pantalones rajados de arriba abajo hasta zapatos sin suela. Eran toneladas de basura que obligaron a horas y horas de trabajo para separarla de las piezas buenas y útiles. El que aprovechó las urgencias de los damnificados para deshacerse de la basura y mandarla como donación aumentó el daño en vez de aliviarlo.
Segundo, no faltaron los que queriendo ayudar. Sin embargo, no estaban dispuestos a hacerlo allí donde se les pidiera, sino que donde les apetecía. Ayudar implica la voluntad de ser útil a otros. Si alguien dice que quiere ayudar, pero sin interesarse en dónde, cuándo o cómo ser útil, es sospechoso de estar disfrazando su egoísmo con máscara de generosidad. Fueron muchos los que, por ejemplo, partieron a algún cerro sin estar preparados para ayudar, sin ropa adecuada para el trabajo, sin herramientas, sin nada, salvo las ganas, quizá, de tener una aventura heroica. Pero eso no es ayudar, sino estorbar.
Tercero, no fueron pocos los que conmovidos por el tamaño de la catástrofe y por las imágenes que transmitían los medios, fueron conmovidos en el fondo de su corazón… en vistas de lo cual decidieron que solo el corazón importaba y que la razón no tenía lugar.
Ayudar, para ellos, era un hacer sin ton ni son, un activismo sin medir si lo que se ofrecía o realizaba era útil, sin calcular si no se producía más trastorno que verdadera ayuda. Es cierto que tras esta actitud hay algo sano, que es el genuino deseo de ayudar. Pero quienes en los momentos de crisis o catástrofe actúan sólo movidos por el corazón, suelen ser los peores obstáculos para una ayuda eficiente. No se trata, por supuesto, de no atender al corazón. Si este está bien puesto, con seguridad impulsa a un fin bueno. Pero si el corazón desea un fin bueno, los medios para lograrlo los debe poner la razón. Quien renuncia a esto pasa a ser parte del problema y no de la solución.
José Luis Widow
Profesor Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez