Noticioso está el país, abundan los juicios, nuevas palabras adquieren preeminencia, gestos diversos aparecen en los protagonistas, más metáforas y también ironías agregan condimento a la cocina nacional. Somos simplemente humanos, aunque las emociones parecen desbordar con frecuencia a aquello que llamamos razón. Desde luego, lo impreciso, lo egoísta, lo instrumental, lo manipulativo, la ignorancia, la incapacidad de comprensión deben estar en el otro, en aquel que se nos hace opuesto. ¿Exageración de mi parte o miopía para ver lo verdadero y lo correcto?
Ayer dos jóvenes con lucidez explicaban en una presentación una relación entre la gestión del cambio, la gestión del miedo y la gestión del talento. Su aproximación relevaba la presencia de nuestros humanos miedos que habría que considerar para alcanzar cambios que aparecen necesarios, urgentes y con sentido compartido. Claro, esos miedos tienen seguramente una historia que cada uno podrá aquilatar. Por eso el talento al cual se refieren busca la razón, la valoración, la evaluación, el pronóstico, la estimación de los resultados, la probabilidad de que emerjan eventos no imaginados. Tampoco hay que dejar afuera las ideologías o doctrinas que contextualizan la toma de decisiones.
Me hicieron recordar el riesgo que cargan la ultra simplificación de temas de suyo complejos, históricos, multivariados e importantes en la construcción del futuro, y la generalización, donde colocamos en un solo canasto a los que se parecen a mi y en otro a los que no se parecen a mi. Los riesgos de ambos conceptos, la simplificación y la generalización, sin importar quien se haga cargo de ellos, tienen un precio alto que con frecuencia pueden perjudicar la funcionalidad de esfuerzos nobles y dignos de asumir.
Deseo relacionar tres palabras, que puestas en un dibujo se aprecian mejor: objetivo, actitud y empatía, e instrumentos. Supongamos que compartimos 'con pureza' un gran objetivo que estimamos esencial para el bien común y el desarrollo de un país que amemos. Supongamos que tenemos una actitud de apertura a otros a quienes reconocemos también el don de pensar bien como nosotros, en quienes vemos una inteligencia como la propia. Si ambos supuestos hacen sentido, tal vez la creación de los instrumentos que sirvan al objetivo aparezcan más rápidamente y su concreción sea más alcanzable, como su duración, pues esa creación tuvo una gran inversión de tiempo, compromiso, afecto y gratuidad (ella no es romántica, la hacen mejor los valientes) que puede llegar a ser un legado reconocido por la historia.