El Refugio de Cristo, una obra porteña
P. Marcelo Catril Mora
Enciendo el televisor, abro las páginas del diario o simplemente veo mi Twitter y con gran asombro me doy cuenta cómo el mundo ha cambiado en un par de años. Veo que la mirada de los chilenos respecto del prójimo que sufre, parece de indolencia y rechazo, perdiendo el horizonte y sumergida en el mar del egoísmo.
Vivo en un país en pleno desarrollo, mejor dicho, en proceso de crecimiento. Cuando ya no seamos indiferentes al ver seres humanos sacando basura de los contenedores de las calles para comer; al saber de algunos políticos que se aprovechan de los proyectos sociales para sacar alguna tajada económica en beneficio propio, aunque sea en nombre de los más pobres; al ver cómo algunos se enriquecen ilícitamente usando artimañas legales para saciar su ansias lucrativas y seguir ensanchando sus bolsillos; al pensar que somos superiores a los migrantes, a los más vulnerados, recién entonces olvidaremos aquella frase: 'Somos un país en vías de desarrollo'.
Nos cuestionamos y nos preguntamos ¿siempre el chileno debe ser solidario solo cuando ocurren catástrofes? Hoy quiero reconocer que existen instituciones cuyas acciones sostenidas en el tiempo de manera responsable, trasparente y respondiendo a un espíritu común en favor del prójimo, perduran sólidamente en el tiempo. Me refiero al Refugio de Cristo.
Una institución regional sostenida y animada por hombres y mujeres de la zona, con presencia en Valparaíso, Quilpué, Limache, La Cruz, Quillota y La Calera. Desde 1952 hasta hoy, ya son más de 24.000 los niños y jóvenes que han tenido la oportunidad de hacer de sus vidas un proyecto esperanzador y de realización plena. Son hechos y no palabras. Son 62 años al servicio de los más pequeños. Otrora, casi todos en situación de calle. Hoy, la mayoría derivados de los tribunales de familia. Son los laicos, apoyados por abnegadas religiosas, quienes sostienen esta hermosa obra.
Tal vez no podemos ayudar a los niños que sufren en la guerra, pero sí podemos ayudar a los que tenemos cerca. El Refugio es una obra concreta que necesita de nuevos socios, de apoyo en acciones como su próxima colecta, para que permanezca en el tiempo.
Se necesitan jóvenes para acompañar a los niños y niñas; esa compañía que perdura, que hace que los vínculos crezcan y desarrollen lazos sólidos con el mundo, dando herramientas para enfrentar la realidad. Que nos duela en lo más profundo el dolor del pobre y desamparado. En nuestra región tenemos una familia, la más grande, la del Refugio de Cristo.