Paco Molina no recuerda nada de ese día 3 de septiembre de 1939. Ni las luces de Valparaíso, ni el desfile por las calles del Puerto, ni al Presidente Pedro Aguirre Cerda, quien le dio la bienvenida a los 1.979 españoles que arribaron a Chile en el Winnipeg, huyendo del franquismo y la Guerra Civil.
El hijo de Francisco e Isabel, con nueve años de edad, llegó muy enfermo a nuestro país. En la isla San Salvador, junto a otros tres niños que viajaban en el barco, comió frutas obsequiadas por los nativos y contrajo tifus.
Apenas pisó tierra firme, fue trasladado al hospital del Salvador, en Playa Ancha, y posteriormente a la Clínica Española de avenida Argentina. Allí lograron salvarlo. Sus compañeros de viaje no tuvieron la misma suerte.
Setenta y cinco años después, a los 84 años, Molina sigue burlándose de la muerte. 'Pasé agosto', bromea. Su vida parece un cuento, de esos con final feliz. Hoy instalado en Antofagasta, repasa su trayectoria deportiva, íntimamente ligada a Valparaíso, Chile y España.
Ya instalado junto a su familia en la calle Lastra del cerro Mariposas, comenzó a jugar en el Roberto Parra. Poco tiempo pasó para que Santiago Wanderers se fijara en su talento y lo fichara. Debutó a los 19 años en el Decano, club que defendió entre 1949 y 1950. En su primera temporada, con el 'Gallego' Pérez en la banca, logró el vicecampeonato de Primera División conformando una delantera que hasta hoy se recuerda, junto a Valdebenítez, el 'Negro' Campos, 'Peta' Fernández y 'Yemo' Díaz.
Después de un par de años en Universidad Católica, Molina fue fichado por el Atlético de Madrid. Para el salto, resultó clave su actuación en el Sudamericano de Perú, en 1953, donde marcó siete goles. 'Le hice tres a los uruguayos, que venían de ser campeones del mundo, y después le marqué dos a los brasileños, que eran los vicecampeones', recuerda.
En España, su trayectoria fue brillante en el club colchonero entre 1953 y 1957. Jugó 58 partidos y marcó 33 tantos.
Esa etapa de su vida es muy diferente a la de sus primeros años en Cataluña. La Guerra Civil lo marcó a él y a su familia.
'Piense usted que Barcelona fue bombardeada por la aviación de Hitler. Nosotros tuvimos que arrancar junto a mis papás y mis hermanos caminando entre la nieve, cruzando Los Pirineos hacia Francia', recuerda.
Cuando pudo salir del campo de refugiados donde estaban los republicanos españoles en tierras galas, abordó el Winnipeg y partió desde Trompeloup hacia Valparaíso. 'Fue una gran obra de Pablo Neruda, que era el cónsul chileno en Francia', explica Molina, quien nunca olvidará que durante el viaje miraba el Atlántico desde la cubierta, con el temor de que un periscopio avisara la presencia de un submarino alemán que los podía torpedear.
Después de su paso por el Atlético de Madrid, el exwanderino volvió para jugar sus últimos años en Audax Italiano, donde fue campeón, Unión Española y Coquimbo Unido.
Y se quedó para siempre. 'Quiere que le diga una cosa, lo valedero que tiene Chile es su pueblo. Hace años hubo una gran inundación acá en Antofagasta, y la gente humilde le abría la puerta a los damnificados... nunca vi a los poderosos abrirle la puerta a los que estaban sufriendo', relata Molina, con la experiencia de 75 años en nuestro país, desde ese 3 de septiembre de 1939, cuando lo bajaron del Winnipeg.
Luis Cabrera del Valle