En el último tiempo, de manera cada vez más frecuente, nuestros legisladores han dado muestras de una fuerte concepción paternalista de su rol ante los ciudadanos. Una forma de despotismo sutil, pero peligroso, en nombre de nuestro bienestar. Así, por ejemplo, su justificación para prohibir el salero en la mesa se basa en una especie de moral correctiva -o de biopoder- de lo que se considera una mala costumbre.

Nadie discute que el consumo excesivo de ciertos alimentos pueda ser dañino para la salud, y es obvia la conveniencia de promover una dieta saludable entre la población. El punto es el principio subyacente detrás de la idea de proteger mediante prohibiciones a las personas, ya sea de sus malos hábitos o de sus 'actos inconscientes e instintivos', como sugirió un diputado.

Esto no es otra cosa que la vieja idea de que las personas son sujetos irracionales e ignorantes, víctimas de impulsos que deben ser encarrilados. Esa forma de pensar, que Isaiah Berlin describe muy bien en 'Dos conceptos de libertad', se encuentra en la mayor parte de las doctrinas totalitarias o dictatoriales en la historia, y en conceptos como el del 'hombre nuevo' que debe ser reeducado para curarse de su egoísmo y alcanzar su verdadera humanidad.

Este principio, además, refleja una antropología particular que distingue entre dos tipos de personas: por un lado, el iluminado que conoce la verdad o la razón, en este caso el legislador (o el sabio, el tecnócrata, el científico o el intelectual); por otro, las grandes masas a las que se considera engañadas, irracionales o ignorantes. El legislador sería una especie de agente benevolente y racional, un tutor que nos libera de nuestras bajas pasiones, de nuestra debilidad y miseria moral, y nos muestra la vía hacia nuestra constitución como seres humanos íntegros. Y como no sabemos controlarnos… adiós a la sal.

El detalle más relevante de todo eso es que la idea niega una cualidad humana que todos tenemos, sin distinción: la voluntad, y con ella la capacidad de elegir fines, de equivocarnos, pero también de entender razones. Es decir, desconoce algo fundamental de nuestra humanidad.

Debería preocuparnos que nuestros legisladores nos crean incapaces de discernir cuánta sal le echamos a nuestra comida, porque si hoy prohiben el salero, mañana quién sabe.

La próxima semana, con su continuidad de días feriados, encierra una buena oportunidad para el turismo en general, tanto para los empresarios del rubro, como para visitantes provenientes de diversos lugares del país, en especial de la capital, que podrán tener en la Región una semana de vacaciones. Así, la hotelería, anuncia que las reservas alcanzan a un 50 %, cantidad que debería aumentar conforme la fuerza, valores y creatividad de la oferta de alojamiento y gastronomía. Hay que considerar, además, que el turismo en la zona tiene cifras que no son mensurables: son aquellas personas que poseen acá una segunda vivienda o quienes llegan a casas de familiares o amigos.

Todo este conjunto de visitantes supone demanda de bienes y servicios que, necesariamente, debe alentar la actividad comercial en estos tiempos complejos.

Entretanto, en las autoridades locales y en quienes ofrecen diversos servicios, aparecen responsabilidades ineludibles. En primer término está el tema del tránsito y de la congestión, aumentada por un creciente parque automotriz, por la caprichosa topografía urbana de Valparaíso y Viña del Mar, por la impresentable alteración causada por prolongadas obras en el centro de la Ciudad Jardín y, en general, por la mala condición de las vías. Esta materia, si bien no tiene solución por el momento, puede ser mitigada con señalización oportuna y medidas en terreno para abordar problemas puntuales.

Hay que considerar, además, que en materia de tránsito se juega la integridad física de las personas, cuestión que al control policial se agrega la ineludible responsabilidad personal. En seguridad, además, hay que insistir en la prevención y disuasión para evitar y perseguir el delito. Aparece además, especialmente en días en que aumenta la oferta gastronómica, muchas veces improvisada, el tema de la seguridad sanitaria en los alimentos. Fallas en ese aspecto, junto con dañar a las personas, residentes o visitantes, constituyen un factor negativo de desprestigio general que, injustamente, toca a toda la oferta turística.

Finalmente, hay que tener presente que la experiencia que se lleve el visitante ocasional tras su permanencia en la zona en estos días festivos, puede ser determinante en sus nuevas decisiones de destino para tiempos de vacaciones. De este modo, la próxima semana de Fiestas Patrias encierra también oportunidades en el largo plazo para la importante actividad turística local.