A fines de 2010 se anunciaba el cierre de uno de los locales con mayor tradición en Viña del Mar, que desde los años 50 deleitó a generaciones de asiduos clientes, quienes en junio de 2011, negándose a dejar atrás parte de su historia e intentando disfrutar hasta el último momento del Samoiedo, repletaron el lugar hasta sus últimos días.
Afortunadamente, pudieron continuar saboreando las preparaciones que salían desde su amasandería, que ahora cambió de ubicación, pero mantuvo sus recetas intactas, como relata su dueño, Roberto Cortés Aste, nieto del fundador del tradicional salón de té. 'En 1979, cuando abrió esta galería (Florida), se creó la gelatería Samoiedo, también fundada por mi abuelo, Juan Aste'.
Cortés recuerda que el local donde actualmente pervive el legado familiar 'era como la juguetería Samoiedo, donde se vendían helados, peluches, autitos de colección, cafetería, era como una réplica chica y lúdica del Samoiedo antiguo, que nace en 1957, con los hermanos Juan, Rodolfo y Ernesto Aste, que se lo compraron a don Dino Samoiedo'.
Antiguamente, prosigue Cortés, 'era un club social donde venían los caballeros jubilados a jugar cacho, dominó, tomaban vino y cuando lo compran los hermanos Aste, entre ellos mi abuelo Juan, se transforma en el salón de té que duró hasta el 2011'.
'Cuando murió mi abuelo, con mi mamá hicimos una sociedad y nos quedamos con la gelatería y mi tío con el salón de té y cuando cerró el negocio de mi tío, decidimos remodelar la gelatería y mantener el espíritu que trabajaron tanto mis abuelos, es decir, las recetas antiguas, la calidad del pan, los grisines, las tortas', resaltó el propietario, detallando que 'antiguamente se hacía todo en el local pero cuando se cerró tomamos la determinación de mantener los mismos productos y la única forma era seguir haciéndolos nosotros, así que instalamos la amasandería en la avenida Marina'.
En el Samoiedo, subrayó Cortés, 'mantuvimos al mismo personal y cuando se remodeló se abrieron nuevos cupos y tengo a Juan Flores, el sanguchero que ha trabajado con nosotros cerca de 50 años, y créeme que cuando está él en la sanguchería, la gente se da cuenta. Ha sido su única pega, desde los 18 o 19 años'.
Otro insigne es el cafetero Claudio Vargas, quien trabaja desde hace 27 años en el local y recuerda a clientes ilustres como Los Jaivas y a uno muy peculiar, 'un fotógrafo veterano de Vietnam llamado Arturo Ariztía, que venía todos los días y se tomaba seis u ocho cafés y se fumaba dos cajetillas de cigarros. Murió hace ocho años'.
Cortés destacó que para mantener a los parroquianos más fieles ampliaron su oferta, 'sacamos patente de cerveza y la última adquisición fue la patente de vino, porque hay varios clientes antiguos que consumían el menú y les gustaba acompañarlo con su botellín de tinto o blanco, así que hemos ido creciendo paulatinamente pero no vamos a llegar nunca a ser como al lado, que tenía una lista gigantesca de tragos, aunque tampoco es lo que busco'.
1979
2011