Mañana se cumplirán 25 años de la apertura e inicio del derribo del muro de Berlín, que simbolizarán para siempre el triunfo de la democracia liberal sobre el comunismo soviético.

Mirado con la distancia del tiempo, un desenlace como ese se antoja inevitable. Los sistemas totalitarios han probado ser de relativamente corta duración. Mientras el régimen liberal británico permanece ya 325 años y la democracia norteamericana 225, el fascismo italiano subsistió sólo 23, el nacionalsocialismo alemán 12, el nacionalcatolicismo español alrededor de 40 y el baazismo iraquí de Sadam y su predecesor 35. Incluso puede afirmarse que el comunismo maoísta chino sólo llegó a los 30 años, pues Deng Xiaoping lo transformó en un totalitarismo muy diferente.

Adicionalmente, el sistema económico socialista ya había demostrado para 1989 que, en tanto elimina los principales incentivos para la innovación y el esfuerzo, no puede conducir sino al fracaso. El crecimiento que la industrialización de Stalin había producido, a costa de la vida de millones de campesinos, había dado paso a un completo estancamiento, que sólo confería una vida confortable a los jerarcas del partido gobernante y sus más preciados protegidos. Así las cosas, parece difícil que el comunismo soviético pudiera haber sobrevivido muchas décadas más que los 74 años que finalmente alcanzó.

Pero su colapso fue, como mínimo, acelerado por una pléyade de talentosos líderes políticos, cuya visión y coraje se echan hoy en falta. El más importante de ellos fue, sin la menor duda, Ronald Reagan. Éste creía firmemente en la inevitabilidad de la caída del régimen soviético, pero a la vez estaba resuelto a apresurarla. Cuando llegó al poder, la Unión Soviética competía exitosamente con Estados Unidos sólo en un ámbito geopolíticamente relevante: el de las armas, aunque a costa de enormes sacrificios para su oprimido pueblo. Reagan, además de conducir a Estados Unidos a una nueva era de optimismo y crecimiento económico y de brindar mayor apoyo a los disidentes de Europa Central y Oriental, se encargó de hacer entender a los soviéticos que, dada la mayor prosperidad y capacidad de innovación tecnológica norteamericanas, no podrían mantener indefinidamente la competencia militar. Eso los llevó finalmente a aceptar acuerdos de reducción de armas nucleares, a poner término a sus esfuerzos por expandir el comunismo por la vía armada y a iniciar reformas para intentar salvar al régimen que ensancharon las grietas que produjeron su derrumbe.

A él, y a muchos otros que ahora no alcanzo a nombrar, el mundo les debe mucho.

En la trigésimo tercera reunión del Comité de Integración 'Paso Cristo Redentor', a la que asistieron autoridades de Chile y Argentina, se reconocieron los reiterados problemas que impiden un flujo expedito entre ambos países a través de ese importante punto fronterizo.

Si bien el tema estructural se refiere tanto a las condiciones climáticas del paso, situado en una de las cordilleras más altas del mundo, como a la ruta misma, la cuestión puntual toca aspectos administrativos que frenan, innecesariamente, el recorrido de 300 kilómetros entre el puerto de Valparaíso y la ciudad argentina de Mendoza.

Sin duda los controles fronterizos son necesarios, pero es necesario también racionalizar esos controles aplicando tecnología, con un apoyo en normativas concordantes entre ambos países que permitan realizar las tramitaciones en el menor tiempo posible.

Lo anterior, considerando el uso múltiple del paso, que acoge movimiento de personas, turistas en especial en transporte público y vehículos particulares y, junto a ello, un intenso movimiento de carga.

Es un hecho que se ha avanzado en resolver los problemas burocráticos que frenan el paso y hacen precario del corredor transnacional, pero no es suficiente, según se comprueba en los hechos.

Dentro de las políticas de mejoramiento se considera una inversión por parte del Chile de 84 millones de dólares para mejorar las instalaciones de atención a los usuarios, ampliando los espacios para Policía Internacional, Aduana y Servicio Agrícola y Ganadero (SAG). Es de esperar que el mismo tipo de inversiones se haga por el lado argentino. Sin embargo, el gasto en esas instalaciones poco servirá si no va acompañado de agilización en los procedimientos, tecnología y personal calificado en ambas partes.

Los intentos por derrotar la cordillera tienen una historia de siglos y se han acometido obras trascendentales y de alto costo, como el Ferrocarril Trasandino, inaugurado en 1910. Ese ejemplo llama a trabajar con una renovada visión integradora que considere las oportunidades que encierra una comunicación expedita entre Chile y Argentina. El corredor bioceánico no puede ser solo un concepto abstracto y un buen propósito, debe ser una realidad donde hay responsabilidades compartidas entre ambos países, sus autoridades y también sus correspondientes sectores privados.

Así, es positivo que en estas reiteradas reuniones binacionales se identifiquen las falencias existentes con un ánimo ejecutivo, decidido, de superarlas.