Bienvenidos a Puerto Catástrofe
C elebrar catástrofes parece formar parte del folclor, aunque, antropológicamente, podríamos decir que es parte de la tradición memorística de toda comunidad. El norte, el centro y el sur de nuestra patria cuentan con sus propios eventos catastróficos; los que pueden ir cambiando paradojalmente, como es el caso de los aluviones, propios de la zona centro-sur; los incendios que ocurren sólo en las zonas de vegetación, es decir, en el centro y el sur; siendo el terremoto el único que tiene una ocurrencia estable. Todas estas catástrofes, eso sí, siempre van a ser mal administradas por Santiago, ya sea a través de un delegado presidencial o alguna comisión u otro protocolo administrativo que implique desprecio por el lugar.
Lo importante para Valparaíso es que la temporada de incendios todavía está vigente para nosotros, porque se viene una nueva catástrofe, el T2 (el proyecto de nuevo terminal portuario) que le da a la ciudad el tiro de gracia para su imposibilidad como tal. Había la sensación de que algo se había avanzado con el tema patrimonial, con la cultura y con el turismo, pero el desprecio estructural, vía centralismo burdo, pudo más. Dicho en términos brutales, un muro de tarros se nos impone en el borde costero. La expansión portuaria se pasa por el trasero la instancia patrimonial. Chile es un mal país para sí mismo y eso está a la vista a nivel urbano: San Antonio, Castro, Valpo…
Uno no es experto en el tema portuario, pero el sentido común indica que las ciudades puerto tienen que compatibilizar el negocio portuario con la trama urbana en que se emplazan. Según nos informa el colectivo ciudadano Mar para Valparaíso, el estado a través de EPV (Empresa Puerto de Valparaíso), dada una licitación, adjudica a la empresa española OHL el proyecto de expansión portuaria, Terminal 2 (T2) que opera bajo el rimbombante nombre de Terminal Cerros de Valparaíso. Cuento corto, intervienen el borde costero, entre Plaza Sotomayor y Plaza Victoria (calle Edwards). Todo esto se hace a espaldas de la ciudadanía, con una lógica que es la que ha hecho colapsar nuestro sistema político. Lo más increíble de todo esto es la nula información y escasa visibilidad que hay al respecto.
En lo personal, no quiero caer en la histeria de algunos grupos minoritarios con voluntad de verdad o en las prácticas vociferantes de los mercaderes de causas, no es el caso, aunque siempre está esa impronta. Lo concreto es que los que hemos hecho nuestro trabajo cultural fuera de la regencia centralista metropolitana (por no decir en provincia), hemos padecido radicalmente el ninguneo odioso de los tomadores de decisiones de los que no habitan el territorio y, lo que es peor, de los que no lo conocen.
Un arquitecto amigo me comentaba que en el último incendio, el del verano, estuvo a punto de ocurrir lo de hace un año, frente a la desidia institucional. Estamos nuevamente en peligro, tanto metafórica como materialmente. Ese anticapital es percibido por los operadores del mercado y por los especuladores. Estoy seguro que el próximo invierno será con aluviones en nuestros cerros, porque así lo indica el sentido común catastrófico, teñido de conciencia de cambio climático y de tradición.
Después de todo esto sólo nos resta recordar la gran frase del alcalde yanacona de Valpo a un habitante que lo increpaba: "¡Te mandé yo a vivir acá!" (corríjanme, si no es exacta). Esta frase es muy precisa, es exclamativa, pero también interrogativa, pero sobre todo tiene el desprecio del capataz.
Lo concreto es que los que deciden todas estas cosas, ya sea T2 y sobre cuestiones urbanas o de reconstrucción, no viven acá ni nadie los mandó a vivir acá.