¿Será mucho pedir?
Transcurrida una semana, la columna "¿Viña, ciudad bella?" ha tenido respuesta de este medio, que reporteó y editorializó al respecto, y de los propios habitantes de la ciudad, sobre todo en redes sociales. En cambio, autoridades nacionales, regionales y comunales han dicho poco y nada, aunque no por ello cabe dudar de que estén seriamente preocupadas por el presente y futuro de Viña.
Lo peor que podrían hacer esas autoridades sería paralizar su propia autocrítica o responder a la crítica externa con el pretexto de que lo que ocurre hoy en Viña es producto de determinadas obras de adelanto que se llevan a cabo en la ciudad; por ejemplo, los estacionamientos que se construyen bajo la plaza. Porque la verdad es que la grave y extendida rotura de calles y veredas, ya por largos años, y que afectan a la población Vergara, a Miraflores, a Recreo, al Cerro Castillo, a Chorrillos, nada tienen que ver con obras que se ejecutan en el centro de la ciudad.
Es habitual que toleremos mal las críticas y que no seamos muy amigos de la autocrítica. Todos queremos sentirnos satisfechos con nosotros mismos y que nadie nos siente en el banquillo de los acusados y menos que nos sentemos por nosotros mismos. Pero las autoridades públicas de un país, de una región, de una ciudad, deberían ver en la crítica, como también en la autocrítica, el mejor y más confiable punto de apoyo para mejorar lo que hace cada cual en el ámbito de sus competencias y responsabilidades.
Sócrates recorría las calles de Atenas diciendo "solo sé que nada sé" (autocrítica) y dejando al descubierto, mediante sucesivas preguntas, la ignorancia de los sabios de su época que presumían conocerlo todo (crítica). El filósofo, según pienso, era perfectamente consciente de que sabía más de algo, como también lo era de que aquellos de sus contemporáneos, a quienes interpelaba, algo sabían también. Pero confiaba en que para llegar a saber más siempre es preciso estar conscientes antes de lo que ignoramos que de lo que conocemos. Sócrates no afirmaba lo que afirmaba para deprimirse él o hacer sentir mal a sus contemporáneos. Se trataba únicamente de un método incisivo para llegar a saber o para llegar a saber más de lo que se sabe.
Siguiendo con ese ejemplo, cualquier autoridad pública debería estar menos que más satisfecha con su gestión, puesto que solo la insatisfacción es capaz de movernos a hacer mejor las cosas. ¿Será mucho pedir eso a nuestras autoridades centrales, regionales y comunales de Viña (y ni qué decir de Valparaíso)? Todos podemos imaginar lo difícil que es administrar una ciudad como Viña, pero no puede ser que sus graves y más permanentes problemas queden todos los años no ocultos, sino ocultados, por un complaciente festival de la canción, por una alfombra roja que da a los telespectadores la efímera y engañosa ilusión de que vivimos en una ciudad bella y glamorosa, o por pantallas luminosas gigantes que reproducen imágenes y eslóganes de una ciudad que sus habitantes no ven del mismo modo ni reconocen como suyos.