Chile: un idioma con cuicos, guaguas y quiltros
Como las muñecas rusas -las matrioskas-, que se ensamblan unas dentro de las otras, nuestro idioma "castellano o español de Chile" alberga varios otros idiomas dentro de sí. Y no estoy refiriéndome a los anglicismos, que nos invaden y bombardean continuamente, sino a las lenguas vernáculas prehispanas del país.
España, el país donde nace el castellano que hablamos unas 550 millones de personas experimenta también en su territorio una diversidad lingüística, pero menor y más simple que la nuestra. Allá, el castellano convive con el euskera, el catalán y el gallego. En Chile, además del idioma oficial, se habla mapuche o mapudungun, rapanui, aymara, quechua y, en una dimensión próxima a la extinción, kawéscar y yagán.
Si un hispanoparlante escucha a un gallego o a un catalán, entiende perfectamente lo que dicen. Alguna vez aprecié esas lenguas como matices dialectales arcaicos, posibles de ser obviados, en beneficio de la unidad nacional, la identidad lingüística o la razón que España estimara válida. Pero ahí están Galicia, Cataluña y el País Vasco, defendiendo su expresión, su tradición e historia. Y tienen razón. ¿Por qué sacrificar lo propio, la esencia de sus comunidades, por un indefinido propósito político y cultural nacional?
Las lenguas de Chile, a diferencia de las hispanas, son ininteligibles para quien no las ha estudiado, y todas tienen una complejidad que desmotiva su aprendizaje, sobre todo por la pronunciación. En honor de al menos dos de ellas, digamos que la relación del mapudungun y del vanangarapanui, con los miles de matices que ofrece la naturaleza, es sorprendente. Lo que tenemos en cantidad y variedad para distinguir ideas y emociones, lo tienen ellos para describir la tierra y sus procesos.
Detrás de cada lengua hay un pueblo que respira, piensa y se comunica. En Chile, se trata de pueblos antiguos, fundadores, habitantes iniciales del territorio, que hicieron oír primero su voz y le dieron el nombre a cada lugar donde vivían o pasaban, mucho antes que llegara el conquistador. De norte a sur, su palabra está aferrada a valles, montes y ríos. Si no hubiera sido por la porfía sistemática de reemplazarlos (Huelén, Pudahuel y tantos más) tendríamos una rica y singular personalidad en la toponimia de Arica a Magallanes.
El "castellano de Chile" está traspasado por palabras de nuestros pueblos antiguos que ni siquiera reconocemos como nativas; no solo miles de topónimos, como Reñaca, Panquehue, Chicureo o Quilpué, sino cientos de palabras como pilucho, pololo, anticucho, cuico, quincho, cocaví, paila, quiltro o pichintún.
Somos una cultura mestiza y un idioma mestizo. Es lo más próximo a una definición básica de identidad. Por eso, en este Día del Idioma propongo que, tal como lo ha hecho la Real Academia Española con sus lenguas co-oficiales, nuestra Academia Chilena de la Lengua emprenda vínculos con las instituciones afines de lenguas vernáculas chilenas. Será un paso cultural de alto vuelo.
Patricia Stambuk M.