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Ante la impaciencia de los damnificados

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Es una realidad que hay serios cuestionamientos al proceso de reconstrucción tras el gigantesco incendio que afectó varios cerros porteños en abril del año pasado, destruyendo más de tres mil viviendas.

En primera línea están las quejas de afectados que esperan la recuperación de sus hogares y barrios. Y de ahí parten críticas que tocan tanto a la Municipalidad de Valparaíso como a organismos del Estado.

En esa dirección aparecen las objeciones formuladas por el diputado de Amplitud, Joaquín Godoy, quien criticando el avance de la reconstrucción hace un cuestionamiento a la gestión del delegado presidencial designado para materializar ese proceso, para lo que se cuenta con un presupuesto de 510 millones de dólares. Critica Godoy la gestión y el costo de la delegación, que ha destinado a honorarios, afirma, 420 millones de pesos a febrero de este año. Sostiene que "(…) es el momento de evaluar a quienes están a cargo".

El delegado, Andrés Silva, nombrado por la Presidenta Michelle Bachelet, responde que Godoy no conoce la realidad de Valparaíso y que el objeto de la delegación no es "reemplazar a los servicios, sino que nuestra función tiene que ver con cómo logramos que este plan extraordinario pueda materializarse".

Silva, entretanto, recibió el apoyo del senador oficialista Ricardo Lagos Weber. A la vez, hay observaciones a su labor de Roberto León (DC), presidente de la Comisión de Vivienda de la Cámara, quien criticó la lentitud de la delegación.

Es inevitable que el tema pase al escenario político, pero lo fundamental es avanzar en la reconstrucción, reconociendo que es compleja pues enfrenta problemas administrativos, de recursos, de terreno y legítimos sentimientos humanos.

Cabe preguntarse, entonces, hasta qué punto es necesaria la institucionalidad de un delegado presidencial, no solo para Valparaíso, sino también en Iquique o la que funcionó hace ya algunos años en Chaitén.

El Estado tiene una estructura administrativa con recursos y técnicos que pueden afrontar cada uno de los problemas que encierra la complejidad de una emergencia de magnitudes, tanto en el nivel central como en el regional. Sin embargo, frente a este tipo de situaciones se hace necesaria una coordinación de todos esos servicios, tarea en la realidad difícil, pues hay un cruzamiento de facultades y normativas.

Entonces, y frente a estos cuestionamientos, bueno es que a nivel país se analice el cómo se enfrenta este trabajo y otros que puedan venir. Por ahora, bueno es concentrar todos los esfuerzos en solucionar las complejidades de los más de 3 mil afectados por el megaincendio.

De "La dolce vita" hasta hoy

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El reciente filme italiano "La grande bellezza" ha sido comparado con "La dolce vita" de Federico Fellini, de 1960. Las coincidencias son manifiestas. En ambos los protagonistas son periodistas con autorrefrenada vocación literaria, que deambulan sin ilusiones por las fiestas de la élite romana.

Más interesantes son sus diferencias. En "La dolce vita" se bosqueja una Italia aún algo provinciana, pero pujante y optimista; en "La grande bellezza" una moderna y sofisticada, pero con notoria sensación de estancamiento. Dos frases de sus personajes principales resumen el contraste. "Somos pocos los insatisfechos de nosotros mismos", dice Marcello Rubino a su amiga Maddalena en "La dolce vita". "Estamos todos al borde de la desesperación", recuerda, en cambio, Jep Gambardella a sus amigos en "La grande bellezza".

Aunque Italia dejó de ser la vanguardia de Occidente en el siglo XVII, en las décadas de 1950 y 1960 vivió una época auspiciosa. Terminado el régimen fascista y la Segunda Guerra Mundial, optó por la democracia y la economía libre. Y luego del empujón del Plan Marshall, inició el que ha sido, con diferencia, el período de mayor crecimiento económico -superior al 5% anual- y acelerada modernización desde su unificación en 1861.

Hoy la situación es muy distinta. Italia ha pasado cinco de los últimos siete años en recesión y es el único país de la Eurozona cuyo ingreso per cápita es menor que cuando se incorporó a la moneda única en 1999. El motivo principal de ello es el afianzamiento de la misma propensión a la captura de rentas que provocó su decadencia siglos atrás. Empresas protegidas de la competencia global, profesiones que elevan barreras de entrada a sus actividades y trabajadores virtualmente inamovibles y con contratos rígidos, que dejan a muchos en el desempleo o en precarios puestos temporales, conforman el panorama del que es, según la Fundación Heritage, el cuarto país con menos libertad económica de los 28 de la Unión Europea. El rentismo y la escasa seriedad de sus políticos hacen que su gasto público de más del 50% del PIB -superior a Alemania y semejante a Suecia- sea usado con clara ineficiencia.

El primer ministro de centro-izquierda Matteo Renzi, que introdujo una moderada flexibilización laboral, rebajó algunos impuestos y promete más reformas liberalizadoras, ofrece una esperanza de reconstrucción del capitalismo de emprendimiento y la política responsable en Italia. Si su talante ambicioso, grandilocuente y un tanto zigzagueante y su indudable habilidad política conducirán efectivamente hacia eso, es algo que está aún por verse.

Claudio Oliva Ekelund