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El problema no son los músicos...

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La presente semana ha obligado a sincerar una situación que se arrastraba ya desde hace meses. Básicamente, la desconexión entre las expectativas ciudadanas y una visión, a ratos mesiánica, de la administración Bachelet respecto a su proyecto de gobierno. A estas alturas es indudable que la Presidenta fue elegida por su carisma personal; el programa de gobierno fue solo entregado a la opinión pública pocos días antes de la elección, lo que hace imposible otorgarle las virtudes, a ratos taumatúrgicas, que se le atribuyeron durante el debate político del año pasado. Más aun, la evidente dificultad operativa que este "Primer Gobierno de la Nueva Mayoría" ha tenido en implementar sus proyectos, debido a sus torpezas políticas y, a ratos, arrogancia, hizo que el capital presidencial a corto plazo se convirtiera en el eje operativo del Gobierno. Todo pasaba por la hoja de ruta presidencial.

El problema es que ya, a pocos meses de avanzar el Gobierno, comenzó a haber un fuerte rechazo a los cambios. Primero, el ánimo durísimo que acompañó los primeros momentos de trámite de la Reforma Tributaria; luego, las múltiples contradicciones y torpezas del Ministro de Educación fueron sostenidamente minando el capital político de Bachelet. Incluso, el frenesí legislativo de enero, confundido a ratos con una relativa recuperación de su posición, no era más que el estado de ánimo propio de la temporada.

A esta situación de desconexión progresiva, el gabinete político fue totalmente inmune. Parecían no darse cuenta, y cuando la crisis del Caso Penta estalló inicialmente, pareció interesarles más como un instrumento de debate político antes que como el grave síntoma de un mal extendido que realmente era. La ampliación a Soquimich, y el devastador Caso Caval fueron enfrentados con una paralización completa. Hasta hace pocas horas, la Presidenta no se había referido explícitamente a ello, y hasta ahora no ha hecho una condena real de éste. Qué decir de los problemas masivos que tienen una multiplicidad de funcionarios de su confianza, con procesos menos claros de entrega de boletas y tráfico de influencias, que se extienden desde el director del SII hasta nada menos que el ministro del Interior.

Pero incluso así, esto podría haber sido una oportunidad. La Presidenta habría podido aprovechar esta situación para montar una campaña activa contra la corrupción. Expulsar a los involucrados y liderar ella misma el proceso de recuperación de confianzas. Lamentablemente para Chile, no lo hizo. Designó una comisión, y cuando ésta debía comunicar sus resultados, los diluyó lanzando un nuevo tema: el del proceso constituyente, continuando una corrosiva práctica como es el de superar los problemas existentes abriendo otros. A corto plazo, ya son demasiados los flancos abiertos. En un panorama así, con la iniciativa paralizada y una conducción errática, el liderazgo presidencial se desmoronó y la sociedad, claramente, se hastió.

Frente a una situación tan dramática como las dos encuestas publicadas esta semana, Bachelet debe cambiar de rumbo rápidamente. La decisión de producir el cambio de gabinete esperado, ya desde hace siete meses, puede ser una ayuda, pero seamos claros: el problema no son los músicos, sino la partitura. No se saca nada con cambiar ministros si lo que falla es la sintonía de la Presidenta y su proyecto con la sociedad. Bachelet, que obtuvo el 62% de los votos emitidos en la pasada elección presidencial, era una figura acogedora y maternal que recordaba su primer Gobierno; no una persona que busca imponer cambios dramáticos a la sociedad desde un prisma de arrogancia y omnipotencia. No era la Presidenta que busca "bajar a los niños de los patines" o "usar una retroexcavadora".

Y si bien la sociedad chilena ciertamente quiere cambios, estos son dentro del modelo de sociedad que hemos construido entre todos en las últimas décadas. No la visión de un grupo que, hoy, no llega al 30% de la población. El desafío esta lanzado, por el bien de Chile, ojalá esta vez lo comprenda.

Fernando Wilson

El arte de la improvisación

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Estamos siendo gobernados bajo el arte de la improvisación. A tan solo horas de que la Presidenta anunciara por televisión la renuncia solicitada a su gabinete, nos quedaron más dudas que certezas en la búsqueda de una respuesta sensata a esta pregunta. Sin embargo, existen aristas que nos llevan a cuestionamientos bastante pertinentes.

Por un lado, la Presidenta argumentó que las urgencias políticas habían impedido que se tomaran ciertas decisiones antes. Todos entendemos "la humanidad" de nuestros gobernantes, pero ¿no debieran acaso estar preparados para enfrentar las crisis sin perder los objetivos mediatos de su administración? Esta pregunta no es menor si consideramos que, luego de anunciar la solicitud de renuncia a sus ministros, se piden 72 horas para decidir quiénes se quedan o se van. Es precisamente ahí donde se vuelve a evidenciar este arte de la improvisación, ese que ya se vislumbraba con un anuncio de proceso constituyente segundos después de anunciar cambios radicales en probidad y transparencia, y ese que nos avergonzaba cuando veíamos un canciller sorprendido que, sin saber mucho qué iba suceder con su destino, tendría que enfrentar horas después los intereses diplomáticos de nuestro país.

Lamentablemente, a nivel local la situación no ha sido distinta, y es que el argumento de las urgencias abunda también en nuestras propias autoridades de gobierno. Sí, han sido procesos complejos los que hemos vivido como porteños, pero, nuevamente, ¿no debieran estar preparadas para eso?

Hoy, más que nunca, existe la necesidad de ser íntegros en la administración nacional y regional para planificar. ¿A qué me refiero con planificar? Esencialmente a la capacidad de actuar con tres agendas distintas. Por un lado, aquella de urgencias, tan pertinente en Valparaíso. En segundo lugar, aquella de mediano plazo, pensando en los próximos 5 años (o 4, en términos electorales, para no ser tan ilusos). Y en último lugar, aquella mediata, en la cual soñemos el Valparaíso de los próximos 20 años. Y es aquí donde el arte de la improvisación refleja los mayores problemas, pues impide que abordemos cualquiera de las tres.

Entonces, ¿cómo podemos enfrentar un proceso de planificación coherente y productivo? La verdad es que, a mis cortos años de vida, no lo sé, pero quizás podríamos partir por dejar los juegos ideológicos y electorales de lado (ese despreciable "cosismo político") para sentarnos de una vez por todas a conversar el Valparaíso del futuro.

Lo que trae la crisis política para la región será inconmensurable, pues no hay que ser vidente para sostener que con nuevos ministros se pueden producir cambios relevantes en la administración regional. En este contexto, el gran desafío será cuestionarnos hacia dónde nos estamos dirigiendo, pues solo eso permitirá levantar cabeza para salir de la "urgencia" y terminar de una vez por todas con ese flagelo que arrastramos como tatuaje en nuestras pieles. ¿Adivinó cuál? Sí, ese mismo: el arte de la improvisación.

Pedro Fierro