Hemos presenciado desde la semana pasada, más patentemente, el ocaso de un proyecto soberbio, avasallador y destructivo llamado "Nueva Mayoría", que se anclaba en las pretensiones ideológicas del movimiento estatista liderado en 2011 por un grupo de "estudiantes" egresados o congelados que hoy ocupan escaños en el Congreso; ejemplos patentes de la "Fatal Arrogancia" que tantas veces describió Hayek como esa actitud de pretender mantener un monopolio de la moral y creer saber lo que deben hacer las personas con su vidas.
Hoy, en cambio, podemos virar a la antigua Concertación, a la que buscaba acuerdos y respetaba la institucionalidad republicana, que gobernaba sin la necesidad de amenazar con refundarlo todo, aquella que manteniendo sus diferencias con la oposición comprendía que el "Chile de todos" era compuesto por todas las diferencias, sin pretender pasar "retroexcavadoras" o imponer la mayoría parlamentaria circunstancial sin importar las voces disidentes.
Al fin Bachelet comprendió que lo que debía reformar, antes que los tributos, antes que la educación, antes que el trabajo, era su propio Gobierno, el cual a pesar de las apariencias, ya se encontraba dividido y con una dura pugna interna que buscaba imponer a toda costa la respectiva visión de "agenda del programa". Al parecer, Michelle Bachelet asumió "el timón del buque", aunque físicamente afectada y claramente no desprendiendo alegría, confianza o la simpatía que a muchos les llamaba la atención y que a otros provocaba adhesión.
Menos malo es seguir por la nueva ruta, y solo bastará recambiarle el nombre a la facción de gobierno al antiguo que poseía, y que bien le sentaba. Sin embargo, no podemos de todo lo anterior relajarnos en oponer resistencia a todos los elementos de la "Nueva Mayoría" aún persistentes. Los que quieren imponernos el moribundo proyecto no rendirán fácilmente su pretensión, pues no es tan solo la aspiración a mantenerse en la administración del poder, sino también modificar el escenario a una antojadiza aspiración de una nueva forma de país sin importar una crítica o análisis respecto a las consecuencias ni cómo afecta al consenso.
¿Segundo tiempo o nueva oportunidad? La verdad es que los gobiernos no tienen segundo tiempo y menos una segunda oportunidad. Es una instancia de reorientar esfuerzos para un mejor entendimiento, olvidar eslóganes febriles y revolucionarios, dar espacio a las buenas ideas que permitieron a Bachelet en su primer mandato seguir por una senda de progreso.
Es el momento de analizar a quienes han asumido y salieron del gabinete, y ojalá, también, el momento para retomar las ideas correctas, las cuales están basadas en libertad y creencia en el espíritu emprendedor y de superación. Para la oposición, es momento de olvidar la arrogancia y generar los espacios para que todos puedan crecer en progreso, paz y libertad.
Mauricio Pérez Espinosa