Secciones

La dolorosa fractura social que hoy nos atormenta

E-mail Compartir

Ricardo Lagos Weber

Senador

Lo ocurrido durante la jornada de ayer en Valparaíso nos conmueve a todos. Diego y Exequiel eran jóvenes conscientes, que estaban en una lucha por tener más derechos y bienes públicos, entre ellos la educación, la misma por la cual tantos otros han batallado durante años. Esa lucha, y lo digo desde la más profunda humildad, hemos intentado acompañarla de la manera más honesta posible y, en la última elección, fuimos muy claros en apoyar sus demandas y así lo seguiremos haciendo.

¿Qué es finalmente la protesta social sino una forma constante y digna de hacer presión para la conquista de estos derechos? Se hizo durante la dictadura para derrocar al régimen militar, como hoy se hace en democracia para la conquista de dichas demandas.

Es por eso que siento el más profundo pesar por lo ocurrido y hoy, junto a toda la sociedad, se les debe pedir disculpas o perdón no solo a las familias de las víctima, sino que también a los miles de jóvenes que a partir de ahora tienen dos mártires en la lucha que realizan, porque quizás no hemos sabido actuar con suficiente rapidez para resolver sus demandas.

Nada, pero nada, justifica lo que ocurrió: un acto irracional de una persona descontrolada que no hizo otra cosa que sentir que debía hacer con sus propias manos la defensa de sus bienes privados. Nada más alejada de la realidad su apreciación.

Vivimos en un estado de derecho y, por tanto, cuando otros afectan tus bienes privados es la justicia la que actúa. Podemos criticar si la justicia lo hace bien, mal o más o menos, pero para eso están las leyes y, de lo contrario, los legisladores, para enmendar lo que haya que hacer.

No podemos transformar nuestra ciudad en un campo de batalla, en la que cada sujeto, por sentir que la justicia no lo protege pretende impartirla por las suyas. Eso no es lo que queremos construir como sociedad, ni mucho menos es la sociedad que le queremos mostrar y legar a nuestros hijos e hijas.

Debemos ser más duros en el control de armas, porque un hecho de esta naturaleza no puede amedrentar a la sociedad que se exprese para la conquista de nuevas demandas.

Los casos de personas descontroladas o los actos de microviolencia que terminan en tragedias nos deben hacer reflexionar y confiar en que la justicia actuará con todas las herramientas que la ley le otorga.

Debemos confiar en que nuestra misión como ciudadanos es construir una sociedad de igualdades en la que nadie sienta que pueda tener su propia justicia privada.

Pero existe en esta tragedia un subtexto que nos atormenta como chilenos y que habla de todas las carencias que tenemos como sociedad. Son casos concretos, palpables y que creo -es más, estoy seguro- que ameritan hurgar en nuestras heridas y determinar cuándo y cómo se produjo esa fractura social de nuestros valores, que hoy han terminado siendo cualquier cosa. Quizás es el reflejo del modelo de desarrollo que tenemos en Chile, de corte individualista, tan alejando de lo colectivo y marcado por esa triste filosofía del "salvarse solos".

No sé si hay política en todo esto. Tal vez no consigo ver más allá como tantos otros sí lo hacen. Hay tantas ocasiones en la vida para alzar la voz, pero creo que ésta no es una de aquéllas, sino del triste momento en que debemos respetuosamente guardar silencio y esperar, en consecuencia, que los gobiernos que nos conducen no solo administren justicia, sino que también nos guíen y enseñen a procesar lo ocurrido.

He escuchado tantas cosas en este día. Desde reflexiones profundas y sentidas hasta disparates y oportunismos que no vienen al caso comentar. El crimen de la Plaza Victoria no tiene que ver con el programa de gobierno, con la fuerza pública, ni con los encapuchados, sino que con la amarga ausencia de una sociedad que se respete a sí misma y que reafirme, aún en tiempos de temporal como este 14 de mayo, la necesidad de replantearnos el modelo de desarrollo que queremos.

Los esfuerzos individuales no se hacen en el vacío. Cuando hablamos de fin al lucro, de la exclusión, de todo aquello que tiene un componente de emparejar la cancha, no estamos hablando de otra cosa más que de valores.

A riesgo de ponerme majadero, repito una vez más lo dicho: esto no fue un enfrentamiento, el orden público tampoco tuvo nada que ver. Fue una agresión injustificada entre chilenos de a pie.

Esto nada tiene que ver con la Educación. Mañana puede ser en una marcha por el Medio Ambiente o por cualquier otra cosa. Puede ocurrir en un semáforo, a la salida de un colegio o en una oficina. Yo no soy quién ni me corresponde juzgar a quien terminó con la vida de estos muchachos, pero sí creo que es el minuto de terminar con la virulencia y la rabia que da vueltas por este Chile que seguirá de pie pese a todo. Me asombra, me choca, me duele ver en redes sociales a un grupo no menor de personas dando un marco justificativo a lo que ayer ocurrió.

Porque alguna vez ya lo vivimos. Porque alguna vez esta historia no terminó muy bien que digamos. Aprendamos de nuestro propio dolor. Entendamos, por favor, que el país que soñamos construir solo es posible hacerlo realidad entre todos.