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Universidades regionales

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Nacen dos nuevas universidades. Se emplazarán en las regiones de Aysén y O'Higgins, totalizando, así, un conjunto de veintidós instituciones de educación superior con casa central a lo largo de todas las regiones de Chile. Esta es la red universitaria más extensa que tiene el país, lo que representa una potencialidad inmensa para el desarrollo de los distintos territorios de nuestra nación.

Este grupo de universidades representa el 60% de los estudiantes matriculados en la educación terciaria en regiones y aporta el 50% de la investigación científica y tecnológica de Chile.

Se trata de planteles que atienden a estudiantes donde más del 80% pertenece a la primera generación en educación superior, que provienen de colegios municipales y particular subvencionados, muchos de los cuales presentan brechas y carencias socio culturales y de conocimientos que es necesario atender.

Son universidades con verdadera vocación regional y sus misiones institucionales apuntan a contribuir a resolver las necesidades y problemas propios de los territorios.

Chile, hasta ahora, no ha tenido políticas claras y permanentes que impulsen el desarrollo de sus universidades regionales. No han existido distinciones entre instituciones ubicadas en el centro del país respecto de aquellas emplazadas en lugares más remotos y aislados. El modelo de financiamiento de la educación superior aplicado por más de treinta años, estableció una fórmula basada en subsidios a la demanda, lo que obviamente ha sido perjudicial para las universidades que se encuentran en zonas geográficas complejas y con menos población.

La creación de dos nuevas universidades estatales en Chile debe ir acompañada de políticas que las fortalezcan de verdad, que modifiquen el modelo de subsidios a la demanda por carreras profesionales y que ponga énfasis en los aportes que harán a los desarrollos territoriales, a la investigación científica y tecnológica, a la innovación y al emprendimiento, al estudio, rescate y difusión de las identidades regionales, a la preservación del medio ambiente, a la innovación social y cultural, impactando así al conocimiento y al desarrollo verdadero de las respectivas regiones.

Patricio Sanhueza Vivanco

Indigencia y esperanza: un gesto de optimismo

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A propósito del último megaincendio en Valparaíso y la secuencia de tragedias y recriminaciones posteriores, se han escuchado voces que analizan, especulan, proponen, teorizan y culpan a otros de lo que debiera ocurrir.

Es difícil aceptar que toda la culpa la tengan la incompetencia y los conflictos de interés, y que siempre la explicación de toda catástrofe no sea la indigencia crónica y generalizada de Valparaíso, no solo de pobres y débiles, sino también de poderosos y bien intencionados, de espíritus solidarios que quieren hacer las cosas bien y colaborar, y de quienes se lanzan en una batalla desesperada por convertir en testimonio la propia acción.

Lo que no ocurre es algo tan simple como que se pudiesen concebir planes que piensen y ejecuten las proyecciones, los anhelos y las esperanzas de la ciudad y de sus habitantes. Algo tan simple como que existiesen planes ordinarios (en tiempos normales) o extraordinarios (en tiempos de catástrofes), que tuviesen pocos objetivos precisos y cumplibles, pero que delineen los caminos y evalúen los recursos para concretarlos.

En cuanto a las transformaciones urbanas, lo que se acomete en los discursos es siempre gigantesco, potente, renovador y fuerte, y lo que finalmente se hace -cuando se hace algo- es débil, parcial, limitado y a veces contraproducente. Vale decir, indigente.

Es bueno generar un debate y que todos sepan de lo bueno que las iniciativas se discutan, sin contaminar las instancias decisivas y ejecutivas. Los efectos desastrosos de las buenas intenciones se producen cuando se confunden los bienes urbanos con el propio entusiasmo, mientras los que boicotean o apoyan una iniciativa lo hacen porque quieren lo mejor para Valparaíso. Ello termina siempre generando lo peor para la ciudad, que es "la indigencia paralizante."

En una reciente reunión impulsada por la Intendencia y la Rectoría de la PUCV que buscó recolocar como obra emblemática la intervención y remodelación de la avenida Argentina, viga maestra del sector del Almendral y eje fundacional de Valparaíso, fue esperanzador saber que esta indigencia pueda comenzar a ser superada y existe la posibilidad real de iniciar transformaciones urbanas radicales en la ciudad.

Si bien las tres visiones expuestas contenían puntos de vista muy distintos, se buscó hacerlas convergentes. No estábamos frente a tres propuestas, sino ante una sola que respondía cada proyecto en particular, a partir de la interpretación del problema que hizo cada autor.

Al final, todos coincidieron en promover la intervención de la avenida Argentina para contribuir a vigorizar el desarrollo urbano de Valparaíso, demoler el nudo Barón, reformular Santos Ossa y dar lugar a un espacio de intercambio intermodal, a definir, al que concurrirían el transporte urbano, el ferrocarril, un nuevo metro de Valparaíso y el terminal de cruceros.

Pero es en el nudo Barón donde se ha de dar uno de los "abrazos" entre Valparaíso y su mar. Y tal como en otras dimensiones se lo dan el puerto y su rol productivo, y la Armada y su rol épico, aquí lo será la actividad ciudadana: el turismo, el deporte, el paseo, el esparcimiento y las múltiples formas del "ocio ciudadano". Estas coincidencias nos dan una esperanza de por dónde debemos transitar para derrotar la indigencia que nos corroe.

Salvador Zahr

Marchas, noches y responsabilidades

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¿Está de acuerdo con que la marcha estudiantil de este jueves haya sido autorizada por la Gobernación de Valparaíso para comenzar a las 19 horas?, fue la pregunta planteada a los lectores de El Mercurio de Valparaíso en su edición del jueves, abierta a ser respondida en el sitio web del Diario. Un 88% respondió que no. Contundente porcentaje y expresión de sentido común. Bueno, es sabido que el sentido común no es el más común de los sentidos.

Los hechos confirman el pensamiento de ese 88%, con graves daños a la propiedad pública y privada y con una nueva alteración a la tranquilidad de la ciudad, a la seguridad de las personas, al derecho de miles de ciudadanos a usar la locomoción colectiva, limitada por el temor a la violencia, al derecho también de muchos a trabajar como empleados o propietarios de establecimientos comerciales, que, lógico, pierden clientes.

Claro está que la marcha, visada por la autoridad, se desarrolló en forma normal e incluso la madre de Rodrigo Avilés, el estudiante que permanece con riesgo vital, empoderada por la desgracia y participante en la convocatoria llamó a manifestarse sin violencia.

Sin embargo, al término de la marcha llegó la violencia con presencia de encapuchados, saqueos, bombas incendiarias y variada destrucción. Infiltrados, delincuentes, se dirá. Con todo, no se puede negar que se daba el marco ideal para la violencia: en la noche y, en consecuencia, con grupos difícilmente identificables. Y no solo fue en Valparaíso donde la protesta contra la represión policial tendría base. También ocurrió, reiteradamente, en el centro de la capital, con ataques hasta contra un templo católico.

Los convocantes podrán una y otra vez lavarse las manos, pero su insistencia ante las autoridades y éstas en medio del tira y afloja por su cuota de poder, no estaban en condición de resistir. Resultado, un fracaso, pierden todos: el foco legítimo de las manifestaciones y la ciudad con sus personas, bienes y tranquilidad amagados.

Se afirma que los movimientos sociales deben mantenerse en actividad para fortalecer sus músculos. Así se explicaría la reiteración de las marchas. Pero este ejercicio continuo termina siendo un arma de doble filo, pues el fortalecimiento puede terminar en una hipertrofia y en un repudio social ante las causas esgrimidas y diluidas en medio de la destrucción.

Tras días de dolor y tensión es hora de reflexión, de buena voluntad, de bajar las banderas del odio y la revancha. Es el momento de la responsabilidad, especialmente de quienes lideran grupos sociales, gremiales y políticos. Hay que erradicar la violencia, aislarla y tener la valentía de condenarla con fuerza y terminar con la fácil calificación de "buenos" y "malos", reconociendo que todos tenemos una tarea pendiente.