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El Nadismo (el mejor proyecto es el que no se hace)

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¿Qué pensaría usted si hoy se anunciara que el puerto ha decidido ganar 7 manzanas de terreno al mar, y que para sacar sus camiones del plan se construirá una avenida de circunvalación de 15,5 kilómetros por la parte alta de la ciudad, con un túnel para acceder directamente a la zona portuaria?

De seguro, su primera reacción sería pensar que hablamos de China o Europa. Lo mismo ocurriría si le contamos que se construirán ascensores mecánicos para salvar enormes pendientes y llegar a los cerros, que se transformará un antiguo tren en un Metro, soterrando 4 kilómetros para levantar una avenida y un parque, o que se desmantelará una industria para construir un balneario con playas y un hotel.

Pero todo aquello no sucedió en un país lejano, sino que ocurrió en nuestras ciudades de Valparaíso y Viña del Mar, siendo dicho impulso clave para detonar y sostener desarrollo. Repasemos: entre 1860 y 1930 Valparaíso levantó una decena de ascensores, construyó 70 hectáreas de rellenos, con un diseño que logró armonizar la actividad portuaria con el espacio público como se puede apreciar en el Muelle Prat, la Plaza Sotomayor y la poza histórica. Por su parte, en 1950 Viña del Mar reemplazó la antigua maestranza Lever y Murphy por el balneario de Caleta Abarca. Finalmente entre 2000 y 2006, se invirtieron casi US$ 600 millones en el Merval y el Camino La Pólvora con el nuevo acceso sur.

¿Cómo se ejecutaron estas grandes obras en el mismo país donde hoy perdemos años pensando como repavimentar una calle o reparar 10 ascensores? ¿Qué pasó con nuestra capacidad de pensar en grande, para reimpulsar la economía regional o mejorar la calidad de vida de sus habitantes?

Hay tres factores que influyen. El primero se vincula al reinado del corto plazo en las políticas públicas, lo que coincide con la reducción del período presidencial y con un cambio en el foco de la acción política, que dejó de mirar a la ciudad como fuente de progreso, para centrarse sólo en grandes reformas sectoriales. Un segundo factor lo constituye la mentalidad de caja chica que impera en los ministerios de Hacienda y Desarrollo Social para evaluar las inversiones públicas, calificando cualquier obra medianamente grande, como un derroche, más aún si ocurre fuera de Santiago donde se concentra el 40% de la demanda.

El tercer factor se vincula al empoderamiento de numerosos grupos de interés, que producto de su fortaleza para generar presión, terminan influyendo (cuando no apoderándose) de la discusión pública y por derivación, silenciando las necesidades de la mayoría.

La confluencia de la falta de visión política, una mentalidad de caja chica y los grupos de presión, han anulado la capacidad transformadora de la política urbana, dando como resultado una inercia que mantiene el status quo. A este nuevo fenómeno de hacer política pública que glorifica el hacer exactamente Nada, le hemos denominado el "Nadismo". En el Nadismo, el mejor proyecto es el que no se hace, el que cuesta más barato, el que genera menos ruido o el que se puede postergar hasta la próxima elección.

Alguien podría pensar que al no traducirse en nada concreto, el Nadismo es inofensivo, pero no es así y de hecho tiene varias implicancias negativas. La primera, es reforzar la inequidad social, ya que en el mundo del Nadismo la pobreza urbana se idealiza y adquiere dimensiones patrimoniales.

Por eso no se urbanizan los cerros donde miles de hogares viven en campamentos, ya que sus reclamos no suenan en el mundo virtual de las redes sociales. Y como el Nadismo también implica oponerse a cualquier proyecto habitacional, independiente de su forma o diseño, las clases medias se ven afectadas por un incremento en los precios de la vivienda, debiendo migrar hacia sectores más alejados.

Con el Nadismo, nunca se extenderá el Merval, porque siempre será mejor alargar el recorrido de las micros. Tampoco se construirá una vía alternativa al camino costero, ya nadie querrá expropiar para no generar costos electorales, ni se abrirá el borde costero como gran espacio público. El Nadismo impedirá la remodelación de la Av. Argentina, para no tener conflictos con el comercio formal e informal y no recuperará los edificios patrimoniales, ya que es más barato dejar que se mueran por dentro como está ocurriendo en El Almendral, antes de impulsar un gran plan de revitalización.

El Nadismo es hijo de la trampa de los países de ingreso medio, aquellas naciones que piensan que llegaron al desarrollo, porque dividen el PIB por el número de habitantes, sin ver cómo se distribuyen estos beneficios. Un desarrollo que es engañoso, pues focaliza inversión en los barrios o ciudades donde viven las elites, pero que no llega a vastos sectores de clase media o áreas populares que se siguen postergando.

Por eso hay que derrotar el Nadismo, y para hacerlo, es necesario un liderazgo político capaz de producir una discusión pública que aborde los temas impopulares, impulsando transformaciones. En el fondo, esta gran amenaza se resuelve con buena política. La misma que permitió levantar La Polvora y el Merval, que creó Caleta Abarca o los ascensores. La buena política que fue capaz de mirar más allá de la coyuntura, para soñar una región más moderna y desarrollada.