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El mensaje de la mujer del canasto

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Una editorial jamás debiera tener que explicarse. Sin embargo, dado el caso y también las múltiples dudas surgidas tras una publicación pasada ("Contradicciones de una misa sin Dios"), se relata a continuación la génesis reflexiva detrás del bartlebismo, fenómeno instalado de raíz en nuestra región y que se remite a dos lecturas indispensables. La primera, cuna de todo lo que hoy nos envuelve, es Bartleby, el escribiente, de Herman Melville (tanto o más conocido por sus espléndidos relatos sobre una ballena blanca, gorda y asesina), en la cual perfila a un empleaducho del mismo nombre, quien de un día para otro comienza a dar una respuesta sacada del Rincón del Vago ante los requerimientos de su jefe: "Preferiría no hacerlo".

A propósito de éste -y, a decir verdad, precisamente por éste- es que nace Bartleby y compañía, un entrañable libro de la primera década de este siglo (firmado por Enrique Vila-Matas y dedicado, como todos sus libros, a Paula de Parma), en el que se dedica a perseguir detectivescamente a algunos bartlebys ilustres, cultores de la literatura del No, definidos como unos seres en los que habita una profunda negación del mundo y (dueños) de aquella pulsión negativa o atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente (o quizás precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura.

Por ejemplo, el mexicano Rulfo y su ingreso al olimpo con sólo dos obras ("Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo..."), para luego entregarse a ese gris placer de renuncia teñida de abismo.

La literatura, finalmente, es todo o casi todo, lo que, siendo sinceros, tampoco es mucho. Pero si aceptamos que un libro sirve para algo más que para aprender qué diablos viene a ser un zaquizamí, qué significa que te persiga un catoblepas o si acaso es un insulto o un halago que te llamen cucufato, también concederemos que la compre-hensión (perdón por la cursilería) de la comuna, la región, el país y el mundo se consigue sólo de dos maneras: mucha calle o mucha lectura (y aquí comienza el problema con aquellos a los cuales les falta cuneta, biblioteca o, aún más triste, las dos cosas juntas). Entonces, hay que leer: leer juntando letras, leer sin saber leer, leer lo que sea, leer novelas, biografías, periódicos, manuales de química o guías de teléfono, lo que ampliará, como bien decía la mujer del canasto, la estructura mental de todo aquel que se exponga a sus bondades y tendrá, créanlo o no, una potestad sobre sí mismo que otros buscan a través de la religión, el dinero o cualquier otra entelequia de turno.