El intelectual chileno más influyente en la nueva izquierda radical es, sin lugar a dudas, Fernando Atria. Se trata de alguien de aguda inteligencia y gran versación y, aunque algunas de sus sugerencias son muy sensatas, ofrece también una buena prueba de que tales cualidades no inmunizan contra el encantamiento por las malas ideas.
Su elaborada propuesta política busca sentido en un horizonte utópico, que queda bien plasmado en el siguiente pasaje de uno de sus libros: "Cuando la institución del mercado ya no sea necesaria seguirá habiendo intercambio no forzado, pero ya no habrá contratos. Yo te daré algo como se lo doy a un amigo: porque quiero que lo tengas, no porque ese sea el modo en que yo pueda obtener de la manera más barata posible que tú hagas lo que yo quiero".
Suena seductoramente bello. No es muy distinto de la sociedad comunista que profetizó Marx, que estaría regida por la máxima "de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades", que presupone la posibilidad de un "hombre nuevo", radicalmente altruista. Pero, claro, Marx no tuvo ocasión de conocer lo mucho que la biología nos ha enseñado sobre la humanidad, por lo que tal vez pueda ser absuelto por los desastres que han producido quienes han intentado construir su paraíso.
Hoy sabemos bien que la carga genética que portamos está muy lejos de favorecer la posibilidad de ese idílico mundo de amigos. Los humanos somos únicos entre los seres vivos terrestres por nuestra capacidad de reorientar voluntariamente nuestra predisposición genética. Pero ella no es infinita. No tenemos por qué ser unos monstruos egoístas, pero sólo podemos aspirar a un altruismo limitado.
¿Pero si alguna vez el progreso nos permite alterar los genes que impiden tal utopía, tendría el socialismo finalmente la oportunidad de éxito que sus creyentes esperan? Pienso que solo se revelaría que el supuesto sueño es una terrible pesadilla. Comprenderíamos que es mucho mejor para todos tener diez o veinte amigos en vez de 7.000 millones, pues la combinación de cierto altruismo, consideración por los demás y competencia parece ser la mejor vía para garantizar que contemos cada vez con más para intercambiar y dar a otros.
Mejorar el modo en que nos tratamos es fundamental. Pero diseñar políticas por referencia a una falsa utopía no es el modo adecuado de lograrlo. Es preferible aquel empeño liberal que se propone avanzar hacia un mundo de personas libres, dotadas de posibilidades efectivas de escoger entre diversas formas de vida, en un contexto de respeto mutuo en que se premie el talento y el esfuerzo.
Claudio Oliva Ekelund
Profesor de Derecho, Universidad de Valparaíso