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Ya iremos saliendo de este embrollo

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De tarde en tarde, suele uno encontrarse con pequeñas perlas dentro de los distintos idiomas que gobiernan el mundo y que no tienen traducción posible en la lengua materna. Como por ejemplo, Sehnsucht, un intraducible germanismo -escamoteado al romanticismo alemán- que apela a una suerte de añoranza o ardiente deseo por lo intangible. Otra, acaso un tanto más trágica, es saudade (de origen gallego-portugués) y que alude a una especie de sentimiento nostálgico vago, pero constante, por algo que no existe o que, sencillamente, jamás llegue a ocurrir. ¿A qué viene esta, en apariencia, trasnochada y, dado el caso, hasta cursi reflexión? A que el país y, particularmente esta región, viven un extraño momento partisano, en el sentido más italiano de la palabra, sembrado de dudas y de resistencia hacia todo o casi todo lo que tenga que ver o se acerque a la cosa pública, la res publica latina, que los anglosajones supieron transformar -no solo conceptualmente, sino en su esencia y práctica- en el commonwealth inglés o el Gemeinwesen alemán (riqueza pública, en una traducción libre).

Ahora, si hemos llegado hasta la mitad de esta editorial sin prejuicio alguno, entenderemos que esa riqueza no es una entelequia ni tampoco algo tan burdo como un puñado de pesos, sino que un concepto amplísimo que asociamos necesariamente a calidad de vida y al acceso universal a derechos que hace 25 años quizás no lo eran, y cuya incapacidad de alcanzarlos hoy nos tiene bastante crispados como país.

Tal como dijo un exministro, nombrado esta semana en un importantísimo cargo vinculado a las últimamente tan tensas relaciones exteriores de nuestra nación, combatir la desigualdad es un millón de veces más complicado que derrotar a la pobreza. Muchos podremos discutir el cómo, el cuándo y el porqué, pero muy pocos el diagnóstico.

De la misma forma, tampoco es muy creíble que la Iglesia, el Congreso, las empresas, la academia, la sociedad civil y hasta los diarios estén repletos de aves de rapiña a la espera de dar otro de sus zarpazos al margen de la ley.

La crisis de la confianza no pasa porque muchos hayan comenzado a violentar la ley precisamente en el último tiempo, sino porque unos pocos lo han hecho constantemente. Gracias a la democracia, la transparencia informativa y el empoderamiento ciudadano nos enteramos, pero también por el trabajo de otros tantos -entre ellos, políticos, curas, empresarios, periodistas, ciudadanos comunes y cuantos más- iremos poco a poco saliendo de este embrollo.

Quizás sólo nos falte ser capaces de saber qué es lo que queremos y de qué manera pretendemos conseguirlo.