Días de silencio impresentable
Primero fue la patética imagen de los violentistas disfrazados de hinchas, quienes -enterado el trámite de la formalización-, fueron dejados en libertad y salieron tranquilamente del tribunal, no sin antes lanzar insultos y amenazas contras las autoridades, la prensa y, en definitiva, todo Valparaíso.
Tras ello, el conflicto se extendió a las responsabilidades políticas por la pésima planificación y prevención de lo que ocurriría en el Puerto y la aún más torpe reacción a lo que terminó sucediendo en Playa Ancha.
Todo terminó con respaldos cruzados (del ministro del Interior al jefe de Estadio Seguro, del intendente Aldoney al gobernador Jara); y disparates fuera de toda lógica, como reprogramar inicialmente el suspendido encuentro para la misma semana en Valparaíso, luego en Talca -sin preguntarle antes al gobernador de esa ciudad- y, finalmente, patearlo para el próximo año sin que nadie entienda muy bien para qué diablos hay que jugar ese partido, salvo para cumplir las bases de una reglamentación mal hecha (José Luis Sierra dixit) y diseñada por dirigentes que ni siquiera pagaban las cuentas de la luz de las oficinas de la ANFP.
Empero, cuando ya las responsabilidades estaban "claras" (es decir, nadie tuvo culpa de lo que pasó, sino que todo es síntoma de una sociedad castrada y víctima de la desigualdad), surgió el curioso rumor de un preinforme de Carabineros -filtrado por un canal de TV bastante responsable-, que supuestamente alertó sobre una eventual planificación de un grupo de hinchas caturros para provocar incidentes, forzar la suspensión de partido y así evitar que los hinchas albos pudiesen celebrar título alguno en su cancha. Tal temeraria filtración, la cual bastaba con ser desmentida de forma oficial para que ya no fuera tema, recibió sin embargo una nueva bocanada de vida con las crípticas y ambiguas declaraciones del general de la V Zona de Carabineros, Jaime Barría, citado a la Comisión de Deportes de la Cámara de Diputados, quien reconoció que sí hubo "sugerencias" previas, sin especificar cuáles, o el también impresentable silencio sepulcral del coronel Fernando Bywaters, presente ese día en el estadio.
Resumiendo, aquí hubo desmanes, destrozos, intentos de homicidio a cuchillazos, agresiones, una desesperada orden del gobernador desatendida (sin que sepamos por qué) y una ciudad vandalizada y basureada hasta el hartazgo.
¿En serio todo eso no le importa a nadie?