Es un lugar común afirmar que se ha perdido el sentido de la Navidad. Y en buena medida es cierto, pues la tradicional celebración de raíz cristiana parece ahogarse entre compras, deudas y estrés.
Pero ese regalo, el costoso y el más modesto, pueden ayudar a rescatar el sentido profundo de la Navidad, que es de amor, de solidaridad, de reconocimiento.
También hay que destacar que en estos días el ánimo está más abierto a la solidaridad y también al perdón de los agravios, esos que dividen y que terminan convirtiendo al adversario en enemigo. Y eso cubre desde el deporte hasta la política, actividades ambas que en los últimos tiempos se han convertido en un campo de batalla y de luchas de intereses que sobrepasa recintos deportivos y espacios destinados al ejercicio de la función pública.
Y esa apertura de estos días es una oportunidad para los acercamientos, tanto en el plano de las personas y las familias como en el ámbito del servicio público estremecido y manchado por actuaciones que son fruto de las ansias de poder político o económico.
Claro está que nuestras confrontaciones locales y nacionales aparecen sólo como un chiste de mal gusto ante dramas de alcance universal, como las guerras y matanzas gatilladas por el fanatismo, que son acompañadas de migraciones que, lamentablemente, desde nuestro rincón del mundo resultan ser un espectáculo rutinario más.
Ciertamente tenemos problemas, números que hablan de desigualdad, pobreza y necesidades básicas insatisfechas.
Sin embargo, si logramos convertir la dinámica de estos días de regalos y celebraciones en una fuerza que nos una buscando metas compartidas de equidad basadas en la justicia y no en el odio, habremos logrado un gran avance.
La Navidad, más allá de los regalos, encierra esa oportunidad unitaria que no significa renunciar a personales visiones, sino que implica una mirada abierta, considerando que en otras posiciones también hay buenos propósitos, buenas ideas y buenas personas.
Al fin de cuentas, el contenido del mensaje de la Navidad es de entendimiento, de comprensión y de apertura, asumiendo que todos somos seres humanos que merecemos respeto, comprensión y oportunidades para una mejor calidad de vida.
Los regalos de esta Nochebuena y los abrazos de Año Nuevo deben pasar de la apariencia a la realidad y concretar esos propósitos de comprensión y respeto, olvidando la siembra de dudas y la descalificación verbal que pueden escalar a la agresión material, esa que para nosotros es una lejana noticia, pero de la cual nadie está libre.