El partido más largo del mundo
La Gobernación de Valparaíso volvió a aplazar el suspendido encuentro entre Santiago Wanderers y Colo Colo (aquél que dio la vuelta al mundo mostrando la cara más triste y salvaje de nuestra ciudad) para mañana a las 18 horas, en virtud del proceso de matrículas universitarias, programado en sus cercanías para los planteles de la Universidad de Valparaíso y la Universidad de Playa Ancha.
Tal medida, sin embargo, parece no tener nada que ver con el verdadero partido, ese que se inició -sin iniciarse- el domingo 6 de diciembre y cuyo desenlace aún no se ve nada de claro. Primero, por la sorpresiva sanción de la ANFP, que obligará a caturros y albos a jugar sin público en las galerías sus primeros cuatro partidos como locales, en una medida que ya parece haber encendido ciertas alertas ante un posible caso de discriminación (quien pague las entradas caras no tendrá ningún problema para asistir a esos encuentros).
El segundo impacto es aún más insondable, e involucra al empresario Nicolás Ibáñez Scott -entrevistado largamente en la edición de hoy-, a quien lo ocurrido esa tarde en las calles del Puerto y el estadio Elías Figueroa, además de la posterior toma de la sede de calle Independencia por hinchas tras la no renovación del capitán Jorge Ormeño, terminó por convencerlo de que poco y nada quería tener él que ver con este mundo.
Su relación con el club, que data desde 2008, con una institución en las cuerdas, no ha sido precisamente desastrosa, sino todo lo contrario. Hoy Santiago Wanderers es un club completamente saneado, sin las históricas deudas previsionales y que estuvo hace un par de años a minutos y un par de puntos de conseguir su cuarto título de Primera División. Se trata del mismo club que dio el golpe a la cátedra con la repatriación desde Italia de su hijo pródigo, David Pizarro, en uno de los momentos estelares de su carrera: titular en la Fiorentina e integrante del plantel que conquistó la primera Copa América en la historia de Chile.
Volver a levantar una institución del calibre de Santiago Wanderers no requiere de mecenas, sino de administraciones serias e integrales como las realizadas por Ricardo Abumohor en O'Higgins de Rancagua y la que pretendía Nicolás Ibáñez a su llegada a Valparaíso.
La propia Corporación del club lo ha reconocido: cuando salieron a golpear puertas por la ciudad, nadie se quiso hacer cargo. ¿Será necesario terminar exiliando a uno de los pocos que sí quiso apostar y trabajar en función del Decano por culpa de delincuentes que confundieron las calles y el estadio con los patios de una penitenciaría?
Eso sí sería una derrota en el partido más largo del mundo.