Madre e hija recuerdan la noche de terror que vivieron en Juan Fernández el 27-F
A 6 AÑOS DEL TERREMOTO. Ambas mujeres reconocen que hoy están alerta a los temblores del continente.
"Cuando miré hacia atrás, vi una masa de agua llena de escombros", cuenta Sheila Salas, estudiante de técnico veterinario de 22 años. Oriunda de la isla de Robinson Crusoe, en el Archipiélago Juan Fernández, acababa de llegar a su casa la misma madrugada en que el tsunami arrasó con el borde costero del territorio insular, el 27 de febrero de 2010.
Sheila alojaba en la casa de su padre, a pocos metros del borde costero. Su papá la despertó desesperado porque veía cómo se levantaba el mar rápidamente. La entonces adolescente de apenas 16 años sólo tenía un reproductor musical portátil (MP4) para alumbrar las calles de la isla, iluminadas solamente por la luna. "Corrí hacia la calle La Pólvora, mientras sentía cómo la masa de agua destruía todo". A mitad de camino, logró ponerse los pantalones del pijama; "salí en ropa interior", recuerda.
En el camino, se encontró con una prima y llegaron hasta la casa de su abuela. A seis años de esa noche, recuerda poco lo que vio mientras buscaba un lugar seguro para, literalmente, salvar su vida.
El tsunami arrasó con la costa del sector de Bahía Cumberland en la isla Robinson Crusoe. Tras el sismo 8.8 que azotó el continente, las comunicaciones con la isla se cortaron y no hubo alerta de tsunami. Solo el golpe de un gong de una niña de 12 años salvó a los habitantes de la isla, que evacuaron lo más rápido posible. Pese a ello, 16 personas fallecieron y varias de ellas no han sido encontradas hasta hoy.
Al amanecer, los vecinos se organizaron para bajar al centro y buscar cuerpos. "De porfiada, bajé al centro y vi cosas no muy bonitas", contó.
Su madre, Rosa Recabarren, quien trabajaba como guía turística de la isla, estaba en el sector sur, que fue menos afectado por el fenómeno marítimo. "Quería ir a buscarla, pero estaba muy nerviosa y no me dejaron ir", explica Sheila.
"Estábamos aislados"
Uno de los desaparecidos esa noche fue un turista español que iba en el grupo de Rosa Recabarren. Al momento del tsunami, la guía turística se encontraba al otro extremo de la isla, a 16 kilómetros del poblado, donde solamente hay una caseta de Conaf. "Estábamos aislados y desconectados", expone la madre de Sheila.
Allí, recuerda, el mar no subió tanto y tampoco hubo desastres materiales, pero el regreso hasta su hogar fue complicado. Junto al grupo de extranjeros esperaron hasta el amanecer para volver al pueblo. "Volvimos caminando porque nos fuimos hasta puerto Francés en barco. A la vuelta, vi todo destruido, pensé que había mucha gente fallecida".
El panorama era digno de una pesadilla. El olor a combustible reemplazaba el aire marino y muchas calles ya no eran visibles. Solamente había casas flotando y escombros. Recabarren llegó hasta el mirador "El Centinela". "Fue realmente, horrible", describió.
En cuanto llegaron se reportaron con Carabineros de Chile e informaron la desaparición del turista. Luego fue hasta su casa y se reunieron con amigos y familia. "Aquí en la isla todos somos como familia", asevera.
Miedo
Recabarren cuenta que desde el tsunami han tomado conciencia sobre los desastres naturales. "Antes había temblores y uno pensaba que no pasaría nada. Ahora, estamos pendientes si tiembla muy fuerte en el continente. Sabemos que en cualquier momento puede pasar de nuevo". Relata que cada 27 de febrero es triste, pero "es parte del pasado, hay que recordar a los fallecidos con cariño y no ese día horrible.
Por su parte, Sheila vive en Valparaíso durante el año, en la población Márquez del barrio Puerto, para cursar sus estudios de Técnico Veterinario. Cuenta que allí se siente segura, pero en la isla "me da mucho miedo cada vez que tiembla en el continente, pero no queda más que disfrutar la vida".
"De porfiada, bajé al centro (de Juan Fernández) y vi cosas no muy bonitas""
Sheila Salas, Sobreviviente