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Estado, mercado y educación

Es fundamental preservar el papel de la iniciativa privada en la Educación, incluida aquella dirigida a la obtención de utilidades
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Entre los mantras favoritos de la izquierda radical está la retirada del mercado del ámbito de la educación y el paralelo fortalecimiento de la intervención del Estado en él.

En mi opinión, es fundamental preservar el papel de la iniciativa privada en la materia -incluida aquella dirigida a la obtención de utilidades-, pues es clave para el pluralismo propio de una sociedad libre; a la vez que se requería y sigue precisando una mejor regulación, orientada a asegurar calidad y la transparencia necesaria para constatarla, así como a incrementar las posibilidades efectivas de elección de los estudiantes de familias menos adineradas. Por otra parte, un mayor gasto público en educación es deseable, pero con las prioridades claras, algo en que las políticas actuales andan muy descaminadas.

No viene mal recordar que la desregulación de nuestro sistema educativo se inscribe en un contexto en que la prioridad era aumentar cobertura. Se nos olvida que sólo a principios del presente siglo la educación media alcanzó al 80% de los jóvenes de la edad correspondiente, y que recién a comienzos de esta década la educación superior llegó a un tercio de ellos y la específicamente universitaria a un quinto. A partir de ahí había que añadir otras preocupaciones y la mayoría de lo que han hecho los últimos gobiernos en materia de calidad, transparencia y aumento de las posibilidades efectivas de elección de los menos adinerados ha sido positivo.

La más absurda de las nuevas regulaciones es la que ha prohibido los establecimientos escolares cuyos sostenedores retiran utilidades, uno de los máximos fetiches de la izquierda radical. Si tal objetivo se hace realmente efectivo, cerrarían malos colegios pero también muchos que son buenos, al tiempo que la educación escolar se convertiría en un virtual duopolio del Estado y la Iglesia Católica. Si, como es deseable, ello no ocurre, será porque la nueva regulación habrá permitido hipócritamente que los sostenedores se hagan de tales utilidades por otras vías, lo que sería una prueba evidente de la futilidad y burdo electoralismo de la medida.

Pero lo más grave de todo es la inversión de prioridades en el destino de los fondos públicos en que ha incurrido el actual gobierno, otra vez por una mezcla de crudo electoralismo y el funesto influjo de la izquierda radical. Nuestra principal y más urgente carencia está en la educación preescolar. Menos de las mitad de nuestros niños de tres años la reciben, mientras en el mundo desarrollado lo hace más del 90%. Y, sin embargo, no sólo se le destina una baja porción del gasto en educación, sino que las educadoras de párvulos han quedado postergadas de la Ley de Carrera Docente. En cambio, se insiste en la gratuidad universitaria, que beneficia principalmente a los mejor situados (actuales o futuros), no presenta ninguna ventaja respecto a un sistema de créditos bien diseñado y, como cuesta mucho más dinero, se hace a costa de postergar a nuestros niños pobres y de clase media vulnerable.

Claudio Oliva Ekelund

Profesor de Derecho Universidad de Valparaíso

Carrera alcaldicia por Valparaíso

Si las instituciones funcionaran, el próximo domingo 13 sería la interna DC para determinar el candidato por el Puerto. No haber resuelto el mecanismo a una semana de la fecha dispuesta para las internas es otro flaco favor que la DC le hace al reencantamiento ciudadano con la política. También, poco han ayudado los otros partidos en ello.
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La esquizofrenia propia de estos días, tan marcados por el desastroso descrédito de los políticos producto de los numerosos pecados -un eufemismo para delitos y ordinarieces- que muchos de nuestros representantes han cometido en desmedro de las arcas públicas y el, a estas alturas, casi irreparable error que significó la Ley de Inscripción Automática y Voto Voluntario, que terminó alejando a buena parte de la población de la participación política, nos han hecho dejar de lado la importancia del proceso electoral municipal que se avecina para los próximos días.

Valparaíso, aquel rincón del mundo del cual todos opinan y por el que muy pocos hacen algo, abre sus fuegos con la interrogante de si alguno de los candidatos desafiantes será capaz de voltear al UDI Jorge Castro, un tipo que pese a las críticas y dudas sobre su gestión, no pareciera tener rivales a la hora de los comicios, como bien lo ha comprobado en las últimas dos elecciones, la última de ellas sepultando definitivamente al exalcalde Hernán Pinto. En el ring asoman el exgobernador DC, Omar Jara, hoy alejado del alero del exalcalde y actual diputado Aldo Cornejo; el concejal del mismo partido, Marcelo Barraza, quien ya ha desprestigiado las primarias internas al no aceptar la encuesta vinculante determinada por el Consejo Nacional de su partido; el cantante Leopoldo "DJ" Méndez, sin ningún mérito ni experiencia política, más allá del oportunismo del PPD, pero capaz de hacer mucho daño a los políticos tradicionales; el PS y presidente provincial de la CUT, Roberto Aravena; y el ya casi mítico y más que tramitado representante ciudadano del Pacto La Matriz (¿Daniel Morales, Jorge Bustos, por qué no Gonzalo Ilabaca?) ¿Qué pasa con la derecha más allá de Castro? ¿Alguien se acuerda de la candidatura por el PRI del ex RN Jaime Diez Ampuero? ¿Seguirá en pie?

Valparaíso, no es ninguna novedad, se merece bastante más que el oscuro derrotero por el cual ha transitado en el último tiempo. No es una comuna ni una municipalidad sencilla. Tampoco será fácil lidiar con los pseudointelectuales que campean pregonando lo que debe y no hacerse con el futuro y la vocación del Puerto.

Quizás, al final del día, lo más importante -en terminos prácticos- sea preocuparse de que sus ciudadanos puedan caminar por las calles de la ciudad sin que los asalten, los ataque un perro vago o tenga que vadear la calzada para no pisar desechos o ríos de orina. El Plan, aquel sector tan de todos, pero de nadie a la vez, debe necesariamente volver a ser un espacio seguro, limpio y acogedor.

Todo lo otro: la ampliación portuaria y la conceptualización del anfiteatro, que lo debatan los que saben.

¿Será mucho pedir?

Más allá del Festival: la realidad de Viña del Mar

Viña del Mar surgió como un barrio residencial de Valparaíso... tal vez sea el momento de mirar esos orígenes y reponer con el Puerto la comunidad de intereses.
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Hace una semana, Viña del Mar se estremeció con una nueva versión del Festival Internacional de la Canción. Es indudable que este certamen musical constituye un aporte importante a la vida de la ciudad y a la entretención -sana o no, eso es discutible- de mucha gente tanto en Chile como en el extranjero. Y no sólo de los que físicamente asisten a la Quinta Vergara sino de los miles que siguen el evento por la televisión tanto en el país como en el extranjero. Poco importa ya la competencia de nuevas canciones que dio origen al Festival. El "show" ha pasado por lejos al primer plano como asimismo algunas actividades que le están estrechamente asociadas, entre ellas la Cena de Gala y su ya famosa alfombra roja; y la elección de Reina y, casi más que la elección, el "piscinazo" de la ganadora.

Todo esto, salvo los excesos arriba del escenario como fuera de él, está muy bien y sólo podemos felicitarnos de tener un evento de esta magnitud proyectándose desde nuestra ciudad.

La inquietud brota, sin embargo, cuando este fenómeno se analiza desde otro perspectiva. ¿Qué tiene Viña del Mar para ofrecer más allá del Festival? ¿Qué la hace conocida que no sea el ruido ensordecedor de las noches de esta semana? Podrán ensayarse múltiples respuestas; entre ellas, con seguridad una que parece obvia: el Casino Municipal, tanto más importante cuanto que su aporte financia en definitiva más del 50% del presupuesto municipal. Pero ¿cómo es posible que una ciudad como Viña del Mar dependa de un Casino de juegos de azar para financiar en tan alta proporción su presupuesto municipal? Por lo demás, este Casino aporta porque está instalado en Viña del Mar; pero, asimismo, porque está prohibido en otras partes. Luego, no es algo que brote de la fortaleza misma de la ciudad, sino que, al contrario, es algo que demuestra cuán débil es ella y cómo su suerte depende de este extraño privilegio. El mismo Festival, por otra parte, tiene lugar en la ciudad pero, en el hecho, hace tiempo que ha dejado de ser propiamente una actividad de la ciudad.

Con todo esto no quiero desmerecer lo que se hace, sino poner el acento en la carencia de otras actividades propias y permanentes que den sentido a lo que podemos llamar una ciudad. Viña del Mar se ha ido de a poco despojando de su condición de tal para pasar a ser uno más de la cadena de balnearios del litoral central. Tal vez, el más importante; pero que, como los otros, se alimenta de los aportes de la capital. Y, aun esta condición está siendo amenazada porque inexorablemente lo más exitoso del balneario se proyecta hacia el norte, por Concón, Quintero y más allá. Viña del Mar comienza a quedar atrás.

En sus orígenes, hace casi ciento cincuenta años, Viña del Mar surgió como un barrio residencial de Valparaíso a cuyo destino estaba atada. Tal vez sea el momento de mirar esos orígenes y reponer con el Puerto la comunidad de intereses sin la cual, por lo demás, Viña del Mar no se explica.

Gonzalo Ibáñez Santa María

Abogado y Doctor en Derecho